Nuestros coches


Unos años antes de mi escapada hacia las Saguntos en pos de Sicania desde casa de mi Abu, había ido de viaje con ella y mi otra abuela a Pantincosa, Formigal o Candanchú vete tú a saber ahora. Supongo que mi padre les dijo a las dos: para que no riñáis, subid las dos al Seiscientos que fue uno de nuestros primeros coches, aunque duró poco.

El primer coche que me viene a la memoria era un Fiat 500 (el Fiatito) y luego casi inmediatamente un Seat 600 que ya digo, duraron poco, éste era liliputiense aunque no tanto como el anterior y era blanco y el Fiat anaranjado. Paralelamente, mi madre se compró un Volswagen escarabajo todo negro que para cerrar la puerta tenías que pegar portazo y entonces se abría la del otro lado y que mi padre llamaba amablemente "el mortuori", tampoco duró demasiado, evidentemente. Luego vino el Chrysler con el que fuimos a París, amarillo y largo como un día sin pan, por lo menos eso me parecía a mi y a mi corta edad. Y por supuesto, toda la larga serie de modelos de Renault, desde el R-4 inicial blanco y tipo furgo, hasta en Megane moradito y familiar, y el que duró más tiempo, el Triana con una línea verde en el lateral dibujando como una firma de marca que parecía que fuese conduciendo Curro el de la Expo con su melenita punky colorida.


Bien, nada más arribar a las nieves nos topamos con una especie de tablón que habían abandonado como los obreros hicieron con Canelo después de Agosto, y allá que nos tiramos por las pistas de nieve “esquiando” mi hermano y yo subidos a esa tabla. Nos pegamos nuestros morrazos claro está, pero teniendo los años que teníamos, terminamos con una sonrisa y con los mismos dientes en ella que había al comienzo. Más adelante, nos topamos con una zona donde había helado, así que estaba pelín resbaladizo. Mi abuela Ramona, que era bastante tirá p’alante casi literalmente, quiso caminar por ese hielo como de puntillas y claro ¡pataplam! fue muy cómico, a casi todos nos resulta muy gracioso ver alguna caída e incluso ella soltó una risotada cuando se vió en el suelo en el momento desde luego, porque claro pegarte tal costalazo con una osamenta de unos 65-70 años debe ser algo doloroso digo yo, y aunque intentó disimilarlo por la cara que puso acto seguido no quisiera haber estado en su lugar. He dicho que mi abuela Ramona era bastante tirá p’alante. Por ejemplo, en la parte de atrás del chalet teníamos una escalera que ni le de la escena final de los Intocables de Eliot Ness o la del Acorazado Potemkin. Pues bien, a mi abuela siempre le daba por barrerla. Cogía una escoba de esas antiguas de caña y esparto creo que eran que no soy experto en escobas, y se recorría la escalera de arriba abajo que era como subirse a un andamio no muy bajito sin sujeción adecuada. Y claro mi madre iba siempre detrás de ella para que dejara de hacer esas cosas y se adecuara a algo más tranquilo … infructuosamente desde luego, menuda era Ramoneta.


Bueno, antes de que se me olvide, unos años después de mi viaje de fin de curso a Suiza, volví a Suiza con mis padres y mi hermano concretamente a la Estación de Vervier. Fue un visto y no visto, creo que uno o dos días. Aparte de nuestra llegada a la Estación, que fue como la escalada de Pedro Delgado al Tourmalet en el Tour de Francia. Compramos alguna tontería en la tienda de Souvenirs y Santas Pascuas. Ah! Y mi madre un poco más y se mea encima al montarse en el Teleférico ese conforme subía y bajaba las montañas de marras. 

Pedro Delgado. Tour 1988 (Tourmalet)
Pedro Delgado. Tour 1988 (Tourmalet)