Siempre
hay objetos, muebles, cacharros en fin a los que les tomas especial
cariño sin saber muy bien porqué. Y a mi madre siempre se le dio
muy bien eso de comprar cosas en los sitios más inverosímiles y por
bastante poca pasta y que resultaban tanto útiles como decorativos.
Por ejemplo, en la entrada del chalet teníamos un arca, no la de El
Alianza con los nazis derritiéndose y todo eso, sino una normalita
aunque grande de color castaño oscuro donde se guardaba todo lo
guardable. Siempre que salía por ahí le daba una mirada, no sé
supongo que era para saber que estaba allí y que cuando volviera
seguiría en el mismo lugar, … hasta que mi hermano y mi cuñada
decidieron cambiarlo de sitio cuando se casaron y agitaron mi pequeño
mundo mundial. Claro que eso ocurrió ya al final cuando yo era
“mayor” y no iba mucho por el chalet.
En
Valencia había otro punto de referencia. Era un cuadro, pero este
creo que lo había comprado mi padre. Representaba un conjunto de
dioses hindúes: elefantes, hipopótamos, shiva, que me perdonen los
hindúes pero no sé nada de su religión, aunque de nano hice un
trabajo sobre un tocho de volúmenes de libros varias religiones.
Bueno, el cuadro era muy colorido pero no sé si era correcto lo
representado en él o no, aunque igualmente me llamaba la atención.
Lo que sí era original eran tres baldosas cerámicas valencianas del
S. XVIII que mi padre pidió rescatar al dueño de una Alquería
antigua cuando la iban a derruir. Había asimismo un cuadro de
Ginesta que representaba un paisaje de montaña con una casa
pirenaica con su chimenea junto a un abeto. Siempre que contemplaba
esa pintura mi imaginación hacía que la chimenea de la casa se
fundiese con la copa del abeto y unido a lo tétrico que siempre me
había parecido ese cuadro con todo eso me surgía ¡hop! una nariz
de lobo, luego y una vez determinada esa nariz no era difícil tratar
de vislumbrar el resto de la cara del lobo en la montaña de detrás.
Seguro que Ginesta estaría orgulloso de mi desbordada imaginación.
Claro que igual dice, “no, si es que yo quería dibujar
precisamente eso”. Por cierto, que ese cuadro tenía caché porque
estaba justo encima de un ánfora del S. II que hubo de darle puerta
cuando la situación se puso económicamente delicada. Claro que
también estaba al lado de una estatua supuestamente de Lladró de
una jovencita con carita de inocente y de no haber roto nunca un
plato en bolas en pose como de ducharse con una especie de túnica
semibrillante.
Un
apunte, en esa habitación acabó el reloj de cuco que traje de
Friburgo en mi viaje a las Suizas y que lamentablemente no
funcionaba.
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