Volvemos
a la Trilogía de Cicerón de Robert Harris.
El primer tomo es Imperium
y trata del ascenso de KIKERON para alcanzar el consulado. El libro
está bastante bien narrado y muy bien estructurado. Pero este
segundo tomo llamado Conspiración es harina de otro costal según mi
parecer. La narrativa
parece tan buena como la del primer tomo, pero en la estructura – y
siempre es una opinión personal – en solamente
un tomo convergen
diferentes historias (que está claro que se pueden extraer de
cualquier enciclopedia por lo que son enteramente reales, aparte de
que estén noveladas naturalmente que por algo estamos hablando de
una Novela Histórica) pero que son varias historias igualmente. Pero
la historia principal y por la que toma el nombre este segundo tomo
de la Trilogía es desde luego la Conspiración de Catilina.
Comentarios de libros, patrimonio local, relatos fantásticos cortos (invenciones propias), algunos recuerdos y comentarios de paseos por jardines
Entrada destacada
Soneja
A unos cinco Km en línea recta de donde teníamos el chalet había un pueblo llamado Soneja (la burra vieja), por cierto que a un escupiñaj...
viernes, marzo 06, 2020
miércoles, febrero 19, 2020
Invenciones. Mis diapositivas del día
Esta
es la segunda historia que escribo y vuelvo a decir que solo son
invenciones que hago para pasar el rato. Esta comienza así:
Estaba
en la taquilla del Cine Merp de Valencia. O como yo lo llamaba mi
ración de diapositivas del día.
Me llamo Sara
y actualmente tengo
36 años. Vine
de siendo
joven a Valencia cuando
tenía
21 desde
una población cercana
a
Cuenca a ver cómo se me daba
en la costa, encontré unos
amigos que vivían por la
zona del Mercado del Cabanyal que
me contaron que buscaban gente para
trabajar en las
taquillas del Cine
Merp, el de la Calle José Benlliure y
aquí estoy
vendiendo
billetes sin parar.
Se trataba de
un trabajo un tanto monótono: una sucesión de rostros, unos
alegres, otros indiferentes desfilaban
ante mi taquilla. Había
días de lluvia y entonces se formaban
colas largas como un día sin
pan, la gente iba
toda embutida en sus abrigos, la
mayoría chavales
que venían
a ver a su superhéroe favorito.
Y había
días soleados, los más, y
entonces apenas se formaba
cola porque el ritmo que
seguía
la multitud
era
mucho más fluido. Las
personas solían
acudir al cine esos días mucho más informalmente vestidas. Por
ejemplo, en pantalón corto y mangas de camisa, e incluso haciendo
piruetas con un monopatín para
intentar impresionar a alguna chica.
A
mí me impresionaron el 21 de
Junio de 2012,
recordaré toda la vida esa fecha. Al
principio solo me llevé un susto de muerte porque oí
y sentí un golpetazo muy
fuerte en mi
taquilla. Había dormido poco
y hacía el trabajo mecánicamente, así que cuando ocurrió di un
salto en el sitio y me quedé con cara de haberme despertado en ese
momento en un lugar extraño con demasiada luz y estar
acostumbrándome a ella. Asomé mi cara a la ventanilla de la
taquilla y vi que el golpe lo había dado un chico que se había
resbalado contra ella y se
apoyó de cintura para arriba en
el mostrador de compra de billetes.
Las taquillas del cine estaban hechas de esa especie de cristal que
no es cristal sino un
plástico duro que cuando se
llevan un golpe por pequeño que sea se queda bamboleando
como un flan un buen rato, y en aquella ocasión no se llevó un
golpecito sino un señor golpe que sonó hasta en Katmandu, de
manera que los oídos aún me silbaban
bastante tiempo después de haber pasado lo del encontronazo.
Entonces miré mejor y me
di cuenta que el joven tenía
unos 24
años, el cabello moreno y unos
ojazos
avellana brillantes que
miraban todo con curiosidad infantil como
si lo vieran
por vez primera y
que iba
levantando despacio la cabeza
de entre sus
brazos doblados en el
mostrador de mi taquilla con
el pelo ligeramente mojado, parecía haber
llegado prácticamente sin
aliento y cuando
por fin pudo hablar lo hizo mostrando una sonrisa de oreja a oreja,
cosa que le resaltaba un
hoyuelo muy coqueto en la parte superior de la barbilla. Me
pidió dos entradas para ver la película de Patton que hacían esa
tarde. ¿Qué cuánto costaban? Se lo dije y entonces ocurrió algo
muy curioso,
o no tanto aunque sí lo fue mi reacción. Me invitó a ver la
película con él. Naturalmente el Reglamento del cine es
claro respecto a confraternizar los empleados con los clientes del
cine y nos habían puesto un
cartel especificando ese Reglamento junto a las taquillas. A mi ya me
habían hecho alguna vez eso de invitarme a ver una película y
solamente hube de indicar con una dedo
el cartel del Reglamento para
salir del apuro, pero es que esa vez no deseaba hacerlo y
además el chaval estaba como quería el puñetero.
Y además
el trabajo no era gran cosa y
si me echaban seguro que salía otra cosa, aparte
de eso no creía que fuese a tener muchos problemas por ese lado
porque me había enterado hacía nada que los problemas los tenían
los de la Agencia contratada
por el Cine para encontrar
gente para atender las
taquillas. Por
eso dije que sí a lo de ver la película. Durante
el pase de la cinta el chaval
fue todo mieles y
amabilidades: levantándome la base de los asientos del cine para que
pasase delante suyo,
comprándome refrescos y chuches antes de que comenzase la película,
me parecía algo cursi, pero
en fin … solo faltaba que me susurrara que cerrase los ojos en las
escenas de miedo, diciéndome
que volviera a abrirlos al finalizar las escenas, pero que las
escenas no hubiesen acabado del todo cuando los abriera y claro,
susto al canto, me terminase
enfadando
con él y, venga, no te
enfades conmigo que no ha
sido nada cariño, amor, mua,
mua, y etc, etc, etc. Pero
bueno,
de esa forma consiguió que le diese el número de mi móvil después
de ver la película de forma agradable.
A la mañana siguiente
terminaba de asearme y me llaman al móvil, miro la pantalla y es un
número que no conozco para nada, contesto, y es un chico
que pregunta por Sara que
trabaja en un teatro, digo que efectivamente soy yo y se presenta
como Adolfo, que hacía
tiempo que se había fijado en mi pero que es algo tímido y no
terminaba de decidirse, que si me interesaría que nos conociésemos
mejor, al principio sin mucho
compromiso. Así
que quedamos.
Fuimos
a ver una peli y a dar un paseo, lo típico. Pasamos una tarde
agradable, al menos yo y luego ya nos despedimos. Pero entonces
comenzaron las llamadas a todas horas, que si le echaba de menos, que
si pensaba en él, que qué llevaba puesto, que si nos veríamos
pronto de nuevo ….. vamos que no había
manera de quitármelo de encima.
Consulté con una amiga del
trabajo a quien le hube de contar la historia de Adolfo de Pe a Pa
porque no se lo había dicho a nadie. Era
una chica bastante rara por decirlo suavemente. Tenía
tatuada media cara como si fuera una máscara de una guerrera celta.
Y luego a lo largo del brazo derecho
llevaba grabados toda una ristra de símbolos rúnicos y
en el izquierdo el extraño dibujo de un gato.
De vez en cuando, iba a buscarla al trabajo un motorista todo
enfundado de negro. Me
escuchó atentamente y cuando acabé me volvió a preguntar qué
sabía realmente de ese chico. Me puse a pensar y hube de reconocer
que solo sabía de Adolfo,
que se llamaba así y su número de móvil, y el de mi pues mi nombre
y mi número, porque ni yo había ido a su casa ni él había venido
a la mía, todos nuestros contactos se producían en el cine. Hizo
una llamada y al final me dijo un tanto enigmáticamente que con el
nombre bastaba. En esa época
habían inaugurado unos jardines en el río y los primeros días
ponían ciertos tenderetes temáticos en los que vendían artículos
de época. Al ser los primeros días, estaba de gente hasta los topes
y nos pareció un buen lugar
para quedar con Adolfo sin que me sintiera intranquila. Cuando
llegué, me di cuenta que no había tanta gente como yo creía. Los
jardines estaban separados por secciones y en algunas de ellas no
había mucho personal. Habíamos quedado en una fuente del jardín
amplia, baja y de aspecto circular. Creía haber llegado tarde pero
no vi ni rastro de Adolfo por ningún lado. Fueron pasando los
minutos y nada, media hora y nada de nada. Hasta que lo vi. Recuerdo
que lo que me llamó la atención por vez primera del encontronazo de
Adolfo con mi taquilla fue el color de sus ojos avellana brillante.
Cuando se me ocurrió mirar al otro lado de la fuente, vi a un gato
rallado con unos ojos avellana brillante que
JURO que me miraban de forma suplicante.
Ahora
tengo al gato rallado a mis pies mientras escribo esto. Y otra cosa,
no puedo dejar de recordar el tatuaje en forma de gato de mi “amiga”
en su brazo izquierdo.
sábado, enero 18, 2020
Invenciones. La loca de las flores
Creo
que estas historias estarán bien aunque sean invenciones, y recalco
lo de invenciones, porque solamente un friky creería lo contrario.
Esta
historia en concreto se remonta a algún año de la década de 1930
en el antiguo Siglo XX. Lo lamento pero las leyendas que han caído
en mis manos no llegan a precisar más en cuanto a la fecha del
suceso. En los Jardines del Real de Valencia entrando por la parte
más cercana al cauce viejo del río Turia nos encontramos con dos
bancos de piedra clara, de superficie como de queso de pequeños
agujeros que están colocados uno enfrente del otro en un caminito
con tramos de césped y setos a diestro y siniestro. Son alargados y
actualmente su estado es algo grisáceo debido al paso del tiempo,
tonalidad que se nota sobre todo en un relieve rectangular que tienen
dibujado en el respaldo, además algunos líquenes han crecido en el
interior de los agujerillos de su superficie. Pero claro, no siempre
han estado así. Hacia 1930 cuando se inauguraron resplandecían y
parecía que daban la bienvenida a los diversos visitantes de los
Jardines ya que se encontraban justo a la entrada y eso no a variado
en años.
En la
Plaza Cánovas del Castillo vivía un Doctor de nombre Martí que
tenía una única hija de nombre Ana. Ana era una preciosidad de
mujer y era de una inteligencia envidiable. Su padre estaba muy
orgulloso de ella con motivo. Había conseguido recientemente un
trabajo como Secretaria en una Gestoría de la Calle del Mar porque a
pesar de su gran inteligencia tenía que empezar por abajo dada la
época en la que le había tocado vivir para no ir intimidando al
género masculino. El buen Doctor ya le había contado a toda su
consulta, a todo el Ateneo del que era socio, a la Barbería a la que
iba usualmente, y a todos los amigos que tenía por aquel entonces el
actual estatus profesional de su hija Ana añadiendo lo guapa e
inteligente que era. Pero las lenguas hablan, el viento sopla y el
río suena. Un día llegó a casa Ana medio bailoteando diciendo que
había llegado a la Gestoría un mensajero con un ramo de claveles
para ella. El ramo estaba profusamente adornado y tenía una nota sin
nombre en la que le pedían con unos versos un tanto enigmáticos que
acudiera a los Jardines del Real a las 7:20 de la tarde a uno de los
bancos de la parte del río. Lo había hablado con su amiga Nelly
(con 2 “eles”) y pese a lo misterioso que resultaba el mensaje
las dos creían que debía acudir a la cita. Desde luego el Doctor no
las tenía todas consigo pero nunca había podido decirle que no a su
hija quien ya veía a su presunto pretendiente con los rasgos
agigantados de un apuesto y gentil caballero, así que se calló lo
que pensaba y como se dice por ahí puso al mal tiempo buena cara. Apenas
eran las 7:10 cuando Ana ya estaba senada en el banco de los Jardines
del Real. Desde luego habría de esperar. Era buena hora y había
bastante gente en los Jardines, pero como los bancos no estaban en
una entrada principal las personas que caminaban por esa zona en
concreto no eran tantas. A decir verdad, Ana estaba en su banco sola
y el de enfrente se encontraba desocupado. Estaba muy guapa, se
había pintado cuidadosamente para la ocasión y por otra parte sabía
que tenía un cabello que era la envidia de sus amigas, Nelly
incluida quien exhibía una mata de pelo pelirrojo que daba gusto
verlo. Pero aún con esa pequeña dosis de confianza estaba nerviosa
y no dejaba de toquetear el bolso de mano que le había regalado su
padre en la Graduación. El tiempo corría y pronto dio la hora. Ana
se preguntaba qué podía haber pasado. Se retorcía las manos, se
mordisqueaba los labios, y ya estaba a punto de levantarse para ver
si es que se había equivocado de banco y él estaba esperándola en
otro, cuando alzó la mirada y cual no sería su sorpresa al ver a un
joven caballero moreno con pequeñas gafas oscuras y sombrero hongo
color crema sentado en el banco de enfrente mirando en su dirección
de forma turbadoramente intensa. Ana no sabía qué hacer. Si sería
él o no. No decía nada, ¿acaso era mudo? haberle enviado esas
flores, hacerle esperar horas enteras, y luego ni chistar. O no era
él … pero quedarse ahí mirando. Al final no pudo más y se lanzó.
No sería de chicas honestas pero así acabaría ya de una, que su
bolso más parecía un tirabuzón de tanto retorcerlo. Recorrió el
caminito a lo ancho y se sentó en el mismo banco que el joven. Un
poco a trompicones comenzaron a hablar, al principio solamente de
sitios comunes que habían visitado y de personas que conocían
ambos. Resultó que no había mucho misterio en que el joven se
hubiera interesado por Ana. Él le hizo notar galantemente sus muchas
virtudes y dijo simplemente haber sabido de ella a través del
Ateneo. No sabría decir si el conocer este hecho le causó a Ana
satisfacción porque él creía que ella era hermosa e inteligente o
decepción porque no había ningún misterio detrás de Pedro, que
así se llamaba el caballero. Cuando llegaron a lo personal, Ana se
enteró que Pedro era viudo pese a su juventud, aunque en su
matrimonio no había tenido hijos. Que trabajaba de Pasante en un
Despacho de Abogados de la Gran Vía y pagaba el alquiler de un piso
compartido con un estudiante de Empresariales cerca de la Calle de la
Nave. Y finalmente que sus padres lo habían enviado a Valencia desde
Valladolid de donde Pedro era oriundo. A Ana Pedro le parecía una
persona muy agradable y decidió contarle sus sueños y pequeños
deseos. Le confió que su sueño profesional sería entrar en un gran
Ministerio e iniciar una carrera como funcionaria a nivel jurídico
donde pudiese escalar puestos internamente y donde pudiese asimismo
obtener una seguridad laboral suficiente. Pedro quedó prendado de la
clarividencia de Ana y, bueno, Ana quedó prendada de Pedro. Pero
justo en ese instante en que ambos se quedaron mirándose como dos
bobalicones, Ana vio … a través de Pedro, cómo éste se
difuminaba poco a poco quedando en su lugar en estanque de los patos. Se
quedó patidifusa, como las estatuas que se veían de vez en cuando
en los Jardines. Tiempo después no sabría decir cuánto tardó en
levantarse del banco, lo que sí estaba claro es que u vigilante le
dijo amablemente que debía salir porque ya iban a cerrar. Cuando el
vigilante le tocó suavemente en el hombro para llamar su atención,
Ana se sobresaltó como si hubiese visto a un fantasma y el vigilante
se la quedó mirando con una expresión muy extraña, como si en su
cara se hubiese impreso un rictus de incomprensión y hubiera
envejecido unos diez años.
A partir de ese día a Ana
le costaba concentrarse en el trabajo, se volvió taciturna y se hizo
malhumorada, cuidaba mal de su apariencia y perdió las amistades que
tenía, incluso Nelly la abandonó, y finalmente la despidieron. Su
padre el Doctor simplemente falleció ya que era muy mayor, pero
logró dejarle un pequeño legado en herencia que recibía
mensualmente y que lo gestionaban los Abogados de su padre. Desde
luego ella fue a la Calle de la Nave y allí tuvo una suerte relativa
al preguntar por un joven caballero de nombre Pedro y con su
descripción. Había en esa calle un bar llamado Casa Boro y cuando
preguntó reconocieron al joven aunque lo único que hicieron fue
reírse y cuando contó su historia le llamaron la loca de las
flores. Explicaron que Pedro hacía años que había fallecido en
un gran incendio que consumió hasta los rescoldos del edificio en
que vivía, y le señalaron un edificio a punto de venirse abajo con
lo que quedaba de las paredes ennegrecidas y todo lleno de cascotes.
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