Prácticamente morí 2
Pensé
en huir. Pero
adonde iba a ir. Así que me dije “bueno, solo se vive una vez”
y me metí en el burdel, “así por lo menos estoy contento cuando
llegue … lo que tenga que llegar”. Lo
juro por Isis y
Neftis, en
el Burdel vi más tatuajes de señoritas en paños menores que
señoritas en paños menores. Lo que pasó allí dentro es personal,
pero quizá pasó con una cabra porque estaba oscuro como el agua de
mi tina después del
baño anual, y
no eran formas muy turgentes las que yo palpaba. Claro que tanto la
Dulce Penny como su corte de
beldades son todas mayorcitas, vamos que a
los años de las
prostitutas locales se les
podría calificar fácilmente
de maduros.
Tras “gratificarme”,
me hidraté y bajé a comer algo. Entonces llegó Pel.
Llamó
con su vozarrón de
camionero en varias
ocasiones a Luckie Joe. Hube de salir y explicarle que Joe había tomado las de
Villadiego
y que se había decidido (por
unanimidad recalqué, que uno tiene su orgullo) que
fuera yo su contrincante. No es por echarme flores, pero a pesar de
que la camisa
no me llegaba al cuerpo
y que sudaba por todos y
cada uno de mis
poros, dije lo de que yo era su contrincante, hinchando el pecho,
irguiéndome más, y subiendo unas pulgadas el
cinturón de
mi pantalón.
Me miró de arriba abajo, repasando
lo poco que encontró
y no pareció ver gran cosa en mi humilde persona, porque soltó: ya
sabía que el nivel masculino no era muy alto en este pueblo pero, no
han podido elegir nada mejor? en fin, si no hay más remedio. Con
lo que me dejó chafado e hizo que no sirviera de nada el tiempo
pasado en el burdel.
Luego
se alejó hasta ponerse a la altura de la puerta de la iglesia, lo
que me dejó la única opción de ir enfrente de la entrada del bar.
Entre nosotros había unos 50 pasos de calle terrosa de un color
amarillo claro en la que se notaban las rodadas de los carros y los
cascos de los caballos. Pasaba
el tiempo despacio, tic, tac, tic, tac, como cuando Sharon Stone mira
el reloj en Rápida y Mortal,
esperando que de las horas
y suene un TAC algo más
fuerte que los otros. Entonces … bueno, ya he dicho que sudaba por
todos mis poros, no? pues comenzó a picarme allá donde la espalda pierde su muy casto nombre.
Evidentemente, a Pel
le intrigó que me rascase frecuentemente justo ahí, y como muy
delicada no es que sea, dijo de sopetón: “quieres dejar de
rascarte el culo majadero que así no hay quien apunte?, a ver si te
crees que matar es fácil? seguro
que eres como todos los demás que piensan que solo hace falta
disparar rápido. Pues no, capullo. Hasta matar a un descerebrado
como tú es la leche de complicado. Hace falta una calma que te
cagas, y si encima el gilipollas de turno empieza a rascarse el culo
…” “Es que tengo
almorranas, y con el sudor pica y escuece que no veas”. Se
quedó mirándome de una forma tan rara que me dio más miedo que en
todo el rato que había estado frente a mí.
Finalmente, después de un tiempo tan largo, que creí que se había
muerto de golpe y la brisa del desierto la había embalsamado, dijo:
“cuando yo era niña, mis padres me compraron un cachorrillo. Era
muy pequeño, todo blanco menos una mota negra en la cola que la
tenía ridículamente corta. Por
eso le puse Speckle de nombre. A las dos semanas, descubrimos que
tenía almorranas. Mi padre se puso como loco, dijo que había pagado
sus buenos centavos por el cachorro y el tendero le había vendido
uno defectuoso. Me obligó a devolverlo a la tienda. De nada sirvió
que llorase hasta rabiar, que patalease, que me agarrase a sus
rodillas, el perro acabó el la tienda. Yo adoraba a ese cachorrito”.
Qué vueltas da la vida, no? salvar la vida por unas almorranas.
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