Inil el Ilercavón

 

Antes de nada, poner algo que me han comentado y es que los nombres propios que tienen un enlace, corresponden a personas o lugares que existen o han existido, mientras que los que no tienen son pura ficción. Los enlaces los pongo una primera vez. Si la palabra aparece una segunda vez, ya no lo llevará.Y otra cosa, este no es mi estilo habitual y no me siento muy cómodo.

Su nombre era Inil. A Inil el mismo rey le había encargado la misión de ir desde Lessera hasta la ciudad costera de Arse llevando correspondencia administrativa, acuerdos de comercio y de ayuda mutua, así como cartas escritas por el mismo Monarca de los Ilercavones para un mensajero del Monarca Gobernante en Iliria que esperaría en el barco de un capitán Licio para zarpar desde ese puerto. Y sí, he dicho Ilercavones: no hay ninguna R juguetona después de la V. Inil no se había sorprendido de que el rey en persona le escogiera para esa misión. Ya hacía “time” que formaba parte de su Círculo de confianza, y por otro lado siempre se había sabido que el rey era muy dado a hacer las cosas él mismo, exceptuando al escogido grupo de fieles al que pertenecía Inil. Además, el rey necesitaba a alguien diestro y astuto, capaz de moverse sinuosamente y engañar al capitán licio, quien seguramente intentaría sonsacarle sobre el propósito del viaje ya que tenía fama de venderse al mejor postor y de sortear las trampas que sin duda le pondrían los ilirios que todos sabían que eran un atajo de piratas.

Ese día en concreto, Inil se había despertado con el gallo en su casa de la capital. Se trataba de una habitáculo cuadrado y reducido con un mobiliario y decoración modesto pero muy funcional que un decorador de la actualidad calificaría de minimalista, y que consecuentemente solo tenía lo imprescindible para alguien que se ausentaba a menudo, debido a sus múltiples misiones diplomáticas.

Inil fue a las afueras de la Ciudad, donde había una pequeña llanura. Desde allí, salía un pequeño sendero serpenteante hacia el Sur que terminaba tras mucho andar, al llegar al río Udiva (ya sé que he repetido un pelín más de la cuenta la palabra “pequeño”, pero es lo que hay, hace mucho frío y la máquina cambiadora de palabras está en un cuartito en el ático de mi finca, y con este frío, subir hasta allí y cambiar la palabra, brrr). El sendero era territorio seguro, puesto que aún estaban en los dominios de los Ilercavones, el problema sería cuando fuese más hacia el Sur y se acercara a tierras de los Edetanos. Para llegar a la llanura, había que cruzar “un algo salvaje” barranco, que se llamaba barranco por algo ya que no llevaba ni una gota de agua. La vegetación solía componerse de pinos, romeros, tomillos y arbustos bajos. Y, aunque viajaba armado y la fauna salvaje suele evitar a las personas armadas por experiencia, nunca se sabía. En solo dos jornadas llegó al río Udiva: el rey estaría contento cuando se lo contase, aunque no había corrido ya que no tenía porqué. Vadeando el río, y adentrándose en línea recta unos 25 pasos, encontró lo que le habían mencionado: una especie de señal grabada en una roca, representando a un lobo con un conejo en la boca, símbolo del monarca. Le habían dicho que tras la señal, entre unos arbustos se encontraba la entrada del pasaje subterráneo que debía seguir para llegar a la costa y embarcarse en la ciudad de Arse. Le costó encontrar la dichosa entrada, creía haberse equivocado, pero finalmente ahí estaba. Inil pudo bajar mediante unos escalones escavados en la roca y que los constructores habían colocado hábilmente de forma que solo podían verse en una posición determinada, al ser del mismo color que la roca de la que surgían y no tener demasiada profundidad. Más adelante, el espacio se ensanchaba un poco, desembocando en un pasillo donde se iniciaba lo que aparentemente era un camino subterráneo. Inil podía ver donde ponía los pies debido a un ingenioso juego de luces que se reflejaba una y otra vez y que parecía proceder de la apertura por donde había entrado. Inil se quedó unos minutos quieto y como ensimismado, pensando en todo aquello, pero entonces recordó su misión, se sacudió la cabeza perrunamente, y comenzó a caminar pasillo adelante. He dicho que podía ver y el modo en que podía hacerlo, para constatarlo ya más adelante vislumbró otros puntos de luz de donde salían reflejos similares a los de la entrada: todo eso le decía que no estaba muy lejos de la superficie, cosa que le tranquilizaba, no le gustaba la vida de los topos.

 

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