En un
país multicolor había un kiosquero culón. Un buen día de Julio, y
por qué Julio? pues porque me gusta el puñetero mes y además
prefiero el sabroso y mantecoso caloret
de la Rita al frío dulzón y metálico de Frozen y su
muñeco de nieve de la tonadilla infantiloide, pasa algo? o es que
preferís Febrero? Pues os jorobáis, que será Julio, y si no, no
os ajunto, ala. Bueno sigo, en un buen día de J U L I
O, el kiosquero se levantó juguetón como El Joker en el Batman
de Tim burton (1989) y le comentó a su media naranja que saldría
temprano ese día porque las tirolinas no esperaban a nadie.
Sí, no os extrañéis, el kiosquero había conseguido a su
mujercita. Sería culón, barrigudo y roncaría por las noches, que
eso no lo he dicho, pero
eso era insuficiente para que Belinda dejara de fijarse en él. Quizá
lo que la atrajese fuera su
apéndice ingente
y ergonómico, qui le sait? Aaaah!
les dones, les dones, decíase a sí mismo el kiosquero mientras iba
caminando calle adelante en pos de sus tirolinas meneando ese trasero
que Melkart
le había dado. Hace tiempo, cuando el
Valencia
CF (creo que se escribe así
y
no CF Valencia o Valencia FC o
bien FC Valencia,
no soy no fan se nota?) no estaba en
sus mejores momentos, sus acérrimos
seguidores iban por la calle de lado a lado
murmurando “no
pot ser, no pot ser” “no puede ser, no puede ser” los rivales
decían que era La senda de los elefantes, pues el kiosquero culón
emulaba a esa senda. Bien, esa presunta
senda le llevó hasta el garaje donde guardaba su tesoro de coche. Un
escarabajo de época, y nunca mejor dicho porque si el coche fuese
una persona tendría barba de lo antiguo que era. Le llamaba
cariñosamente Beli y no os enternezcáis (no,
ya sé bien que no sabéis hacerlo) porque
no era un vehículo muy romántico, su color no acompañaba, era todo
negro como el carbón (sí, he dicho
carbón, no lo … otro), y
por dentro ¡ Madre tuya ! estaba
todo cubierto de fotos, prospectos, folletines, pequeños planos,
guías locales, organigramas de museos y otras instituciones, notas
de su puño y letra con teléfonos … y
para más inri, el kiosquero cargó en él un montonazo de paquetes
con helado de chocolate que había hecho amorosamente, y que
introdujo en la parte de atrás del coche en una nevera de esas
horizontales tipo ataúd para helados. Tras
este apunte que me ha parecido pertinente escribir, más que nada
para hacer bulto, debo descargar mi conciencia, que la tengo eh? qué
creéis? Pues sí. Es pequeñita, la alimento poco, y
la tengo encadenada y con mordaza, pero
tengo conciencia, que es del género femenino, joderos. El kiosquero
subió a su Beli y arrancó sin problemas (la tenía siempre a
punto), y no va con segundas, bueno tal vez sí un poquito.
Rápidamente el kiosquero se unió al tráfico de la ciudad y sintió
palpitar con
insistencia en sus venas el pulso que
tenía Valencia cuando te unías a su tráfico. Es que cada ciudad
tiene su pulso característico - pensaba el kiosquero mientras se
adentraba entre un río de coches que ese
día era más denso que el
que había habitualmente
-. A este ritmo no llegaré nunca a la casita de caramelo donde mis
amigos los esquimales fabrican las
tirolinas - pensó -.
E intentó
cambiar de carril, finalmente lo consiguió, pero enseguida una
camioneta azul marino se le puso delante, y el kiosquero odió de
inmediato
la inmensidad del mar azul marino de
Opochtli
donde le hacía ir a bañarse Belinda a
pesar de que él siempre había preferido la montaña. Playa,
playa, que Belinda se quede con las playas y sus medusas, lo único
bueno que tienen son las playas nudistas - se sentenció a si mismo
para huir del río de coches aunque solo
fuera interiormente -. Por
fin la camioneta de marras, desaceleró (como la crisis de Zapatero), puso el
intermitente, y se metió por un oscuro callejón. Cuando la vió
alejarse el kiosquero le envió “buenos” deseos. Nuestro
kiosquero se nos había relajado un poco al ver desaparecer de escena
a su enemigo azul marino, además y como por arte de magia el tráfico
se fue haciendo mucho más fluido (y tampoco va con segundas). Pero
he aquí que no habían acabado los tropiezos de ese día en cuanto a
tráfico se refiere. Personalmente creo que algún Djinn
o tal vez un Daimon
había mirado mal al pobre kiosquero,
porque en ese punto un chaval de apenas 18 o 19 años va y se coloca
delante de Beli con un patinete de esos a motor tan de moda
últimamente. Yo creo que si el kiosquero tuviese mirada de rayos
láser, el chavalín caía fulminado en ese mismo instante, porque la
mirada que le echó era para derretir las
pirámides …. Además,
es que el chaval tenía la habilidad de ponerse delante y cambiar de
carril al mismo tiempo que el kiosquero aún no teniendo retrovisor,
lo cual a mi entender se merece más un premio a su intuición que la
mirada rojiza y rabiosa que le envió nuestro ya común amigo.
Finalmente llegó a la casita de caramelo,
con los nervios fuera de sus casillas, pero llegó. Pero
he aquí que ¡oh! los esquimales no estaban. Había una nota en la
puerta de esas de “Volvemos en un suspiro, hemos salido a
almorzar”. Otra mirada iracunda del kiosquero. No tuvo más remedio
que dar una vuelta y luego meterse en el Bar Manolo para hacer tiempo
mientras se tomaba una cerveza. Una horita después, se volvió a
pasar por la casita de los esquimales y allí continuaba el puñetero
letrerito de sus entretelas ondeando su fundamental mensaje al viento
que los esquimales bajitos estaban de almuerzo todavía. Entonces
el kiosquero, que ya os habréis dado cuenta que era un pelín
iracundo, dio media vuelta, subió a Beli y volvió a casita echando
pestes de los cabezapolos
esos. Al llegar a casa le recibió Belinda
con una sonrisa de oreja a oreja que se fue apagando más y más
conforme fue viendo la cara de vinagre que traía consigo su maridito
culón. No hay tirolinas, me han defraudado esos amarillos - le espetó sin más el maridito. Habrá
que hacer otra cosa - continuó -, tal vez podamos intercambiar ahora los helados
por sardinas escuchimizadas, me lo sugirió Felipe el otro día, pero
como tenía el negocio de los esquimales no hice mucho caso. Mira por donde, de tu obsesión por la playa puede salir algo bueno. Y la tienda de Felipe de sardinas escuchimizadas sea nuestra salvación. Quizá
sea buena idea enviarle un cocodrilo mensajero.