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martes, abril 30, 2019

Psicólogo


Enrique Cantó, Psicólogo. No me acuerdo con exactitud qué edad tenía cuando me enviaron a que "me arreglara" o lo intentase al menos, de los 12 a los 14 supongo, pero lo cierto es que no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es dónde estaba su bufete en un principio: en Artes Gráficas, detrás de las antiguas Facultades y del Clínico, solo más tarde lo trasladó a la zona del final de Blasco Ibáñez, casi donde está la actual Estación del Cabanyal. No sé qué bus cogía por aquel entonces porque las líneas habrán variado una barbarité, pero sí sé que me bajaba por la zona de los Viveros o por Jaume Roig, un lugar algo "pijo". Recuerdo que en ese Valle de Lágrimas con carriles bici y calles estrechas cuasipeatonales tenían mis padres una pareja amiga suya cuya familia visitamos en un pueblo cercano a Mérida y donde me zampé un cocido de garbanzos fenomenal. Uno de los Patriarcas de esa familia que devolvió la visita a sus familiares sabiendo un problema mío con las almorranas, me trajo las hojas y la raiz de una planta que según me explicó debía llevar en el bolsillo. Bueno, no sé si no lo hice bien o si simplemente me tomó la peluca, pero a día de hoy con 51 tacos en ciernes aún las tengo, si bien es verdad que algo más pachuchas, pero creo que lo que mejor me ha ido ha sido cuando me apliqué Ruscus Llorens. Bueno volviendo al Psico, que no a Anthony Perkins, creo que E. Cantó me hizo prácticamente de todo: me hizo rellenar tests de esos de marcar casillitas, me enseñó varios dibujos representando formas distintas para ver la impresión que me causaban, conversaciones de diván, lo típico … recuerdo por ejemplo que me dijo que escribiera en un folio apaisado mis objetivos e intereses y los colocara en un lugar visible de mi habitación pegados con celo o algo parecido de modo que los viese al despertarme e ir a acostarme, repitiéndolos de vez en cuando. Para mi sorpresa hasta hace nada aún tenía el dichoso papelito por ahí zumbando. Ya he contado lo del librito que recomendó, pero hay otra cosa, y es que como se iba acercando demasiado a la problemática que tenía en aquellos momentos y yo era bastante celoso de mi intimidad al respecto, me volví contra él por decirlo suavemente. La cosa fue así: como he dicho tenía el despacho psicotécnico detrás de las antiguas facultades y lo/as jóvenes que querían ganarse un dinerillo extra le echaban una mano. Un día entró una chica en la habitación, y me la presentó con el nombre de Alicia explicándome que intentaríamos un ejercicio de conversación entre ella y yo. Bueno, me obligué a hablar de una manera ordenada comenzando por preguntarle su nombre donde estudiaba y por qué, pero luego continué e insinué, ¡no di por sentado! que ella ya conocía a Enrique y la presioné, eso sí, de forma suave pero insistente para que lo reconociese. Por otro lado, era un hombre muy organizado y a los Epilépticos nos encanta eso. Solo he conocido a otra persona que use la misma metodología de trabajo, y aunque su profesión también comienza por las mismas letras (P-S-I) es Psiquiatra no Psicóloga. Enrique se planificaba anticipadamente nuestras sesiones y desde luego tenía en cuenta que trataba habitualmente con personas que no estábamos entonces muy "potables", por algo íbamos allí y no era para pasar el rato. Hablando de gente no demasiado potable por ejemplo, esperando en su consulta a que me llegara el turno me topé con una madre y quien acompañaba a su hija a esa consulta porque, tal como hablaban, casi a gritos, la hija se tiraba al padre en la ducha y en otras partes. Parece que tenía verdadera ansia por hacerlo y acudían a ver si con cierta terapia desaparecía esa ansia. Y juro por San Pantunflo de la Zapatilla que no me aproveché de la situación a pesar de las miraditas que me echaba la chiquilla, claro que quizá se las echaba al cactus del rincón que tenía cierta forma fálica. Bueno por mi parte, a mis 16-17 desaparecí de la escena de Don Enrique.

Ahora que pienso y dejando aparte a Enriquito, hoy mientras estaba en el ascensor de la Biblioteca de enfrente de mi casa, me he entretenido leyendo un letrerito que decía algo así como "comunícanos la mejor experiencia que hayas vivido en nuestros ascensores FAIN". Bueno, ignoro si sería un ascensor de la marca Fain, pero yo sí que tuve alguna que otra experiencia en un cacharro de esos cuando era un pequeño pitufo sin gorro, sin Gárgamel, rubito y con ojos gatunos. Fue en Pío XII frente a Nuevo Centro en una Academia estudiando algo de Informática (Access 99), ¡toma geroma que recuerdos con Franco era otra cosa! (por cierto, tanto choteo con Franco y el 23 F en Valencia con el Millans del Bosch de las narices yo me di cara a cara con un tanque en plena Ingeniero Manuel Soto estilo la foto de la Plaza de Tian An Men de China, cuando en Valencia aún no habían quitado una valla que rodeaba los actuales Tinglados y el Puerto de Yates). A lo que iba, en el ascensor de esa Academia de informática, aunque yo no era de ningún modo la única persona de sexo masculino allí sí que lo era al utilizar el ascensor para bajar a la pute rue. En cuanto al sexo femenino no me preguntéis porqué pero estaba bien representado al respecto. Vamos, que me sentía agradablemente acompañado con unos acercamientos por la Tramontana y otros por el Migjorn en mis bajadas al tráfico urbano, porque de ahí cojía el autobus y ya sabemos cómo es el bus en la ciudad del Turia que acercamientos allí no faltan cuando eres un rubito con los ojos de un Adrien Agreste para quien no cambian de color al decir "¡Black, garras fuera!".

Un apunte, me han toqueteado el trasero en el bus muchas veces, mujeres, hombres y viceversas, pero el que mejor lo hizo fue un tío de unos 50 cuando yo tenía unos 20, un verdadero virtuoso de lo suyo todo hay que decirlo. Eso solo lo supongo, pero lo debió hacer para que me fuera con un jovencito que le acompañaba y que debía ser menor, no sé si era su "amigo" o si él era un familiar "gay" y quería simplemente iniciar al nano. Solo un año después, y montando en la línea 19 por Xàtiva, había picado esos Bonobús antiguos de cartón donde quedaban marcadas las paradas, horas y fecha en las que habías cogido el bus y una mujercita de unos 16 si llegaba a la edad se colocó en medio del pasillo del coche por donde yo tenía que pasar. Cuando pasé hube de apartarla, juro por Thor y Melkart que intenté no tocar o quizá no lo intenté con todas mis fuerzas. En cambio hace muy poquito pero estando ya en marcha el bus n.º 92, tan solo me metió la teta directamente en plena mano, pero directamente ¿eh? una abuela de unos 70 y lo hizo aprovechando que el autocar da esos frenazos que te tiran de golpe unos metros de delante para atrás y al revés, yo tenía la mano semiabierta y … ¡flop teta endins!. Cierto que hace tan solo dos años se nos insinuaron a mi padre y a mi cuando íbamos en el tranvía unas jovencitas, pero la que finalmente hizo efectiva la insinuación acercando su traserazo a mi padre. Y con lo de traserazo no quiero cometer una incorrección llamándola gruesa, que no lo estaba sino todo lo contrario, pero menudo bombo, que ni el de Manolo el del Idem.
 
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