Engracia la palangana discapacitada
Engracia era una palangana
discapacitada que vivía con sus tíos: Macaco que trabajaba a tiempo
parcial como mocho en unos Grandes Almacenes y su pareja que era una
bayeta llamada Ida quien limpiaba las ventanas de esos mismos Grandes
Almacenes. Las palanganas bebés no tienen
aún desarrolladas las dos asas que poseen normalmente ya las
adultas. Cuando creció lamentablemente a Engracia solo se le
desarrolló correctamente una de ellas. Hay que reconocer que su
familia la animó de todas las maneras posibles: le compraron libros
de Autoayuda, la enviaron a un psicólogo infantil, siempre
intentaron que se sintiese integrada, y le decían habitualmente que
podía dar más de sí como si fuera un suéter de una talla
inferior. Pero cuando Engracia creció llevando su maleta de
discapacidad a cuestas la cosa cambió algo. En ese momento comenzó
a odiar su nombre. ¡Mira tú! Menuda gracia llamarla Engracia, ¿en
gracia de qué? Sus padres ahí podrían haber tenido más … eso
gracia. Al menos a su tío Macaco le encantaba bailar, por lo que le
iba bastante el nombre. Ella recordaba incluso que cuando Ida le
comentó que tendrían compañía, él creyó sorpresivamente que
estaba embarazada y se puso casi a bailar sin dejar que acabara de
hablar. Luego ella pudo terminar la frase y resultó que la compañía
era yo que venía de visita a ver a los tíos a la ciudad de Rotring,
también llamada del rotulador gordo. Claro que mi visita se alargó
y alargó y al final no nos poníamos de acuerdo en mi fecha de
regreso. Y hablando de mi tía Ida era una bayeta que se iba dejando
las cosas en cualquier sitio, y su nombre al menos era descriptivo.
Pero Engracia … joder mamá, ya te vale. ¿Es por venganza porque
tú eres conocida como la lavadora Brunilda y no le puedes decir nada
a la yaya ya que se encuentra al otro lado del mundo mundial? Bueno,
mejor lo dejamos y que cada uno se barra su acera … sin echarle el
polvo a la de los demás, y no va con segundas mama. De forma y pese
a que su madre no podía verla, Engracia se lió con un cazo
parlanchín que daba morbo porque estaban mal vistos. Lo conoció en
un aula para dar clases adaptadas de salsa y la invitó a visitar
su cocina. Y con una típica mirada SheldonCooperiana de “así aprenderá”
ella dijo que sí y se aseguró de ponerlo en su Twitter que sabía
que su madre visitaba muy asiduamente.
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