Antes de nada pido disculpas a la Respetable Audiencia, ya que este relato en concreto se me había atascado y no había forma de terminarlo, así que al que no le guste pues mira lo siento, bueno vale como Charlie Harper le dice finalmente a su queridísima madre no lo siento.
Erase una vez dos vasos altos de fantasía en los que se había puesto una gran bola de helado de nata con fresa y en los que estaban insertados a modo de adorno algunos barquillos. Los vasos eran totalmente ofranciscos, recubiertos de un plástico de color muy fino que los personalizaba y no los hacía tan monótonos, ya que al ser de vidrio se transparentaban y nadie se fijaba en ellos. Uno era de color morado con puntos amarillos y el otro de color verde con rayas rojas. El problema estaba en que al de color verde solo le habían puesto un barquillo mientras que el morado tenía dos. Además al moradito la hija del dueño le había pegado amorosamente en un lado un corazoncito rosado, y bueno imaginaros el verde estaba, eso verde de envidia, casi le salía humo por el único barquillo que tenía. Para acabarlo de arreglar, el que Maruja la cafetera express llamaba ya “Dos Corazones”, haciendo referencia al que tenía pegado al dorso sumado al que le dio Nuestro Señor Ptah del que todos somos humildes servidores, era casi excesivamente amable lo que ponía de los nervios al que Solo tenía un Barquillo o SB como llamaremos nosotros de ahora en adelante a nuestro amigo el verde que te quiero verde con rayas rojas. Si lo pensáis un poco, un poco solamente que no os estalle el coco, lo de SB y el otro vaso y sus respectivas personalidades se parece algo a esa peli que intenta ser graciosa basada en una Edad Media psicodélica con caballeros andantes y compañía. Solo me falta una compañera femenina de SB que no sea demasiado políticamente incorrecta y que no me den palos por ello. Continuemos Hermanos: el relato sigue así. Un día, se detuvo delante del puesto, una bicicleta modificada semejando una antigualla de esas con una rueda enorme seguida de una lilipitiense. Pero el amor por la antigüedad del dueño de la bici no se hacía extensible a la bocina. ¡madre tuya, qué bocina más estrambótica llevaba el andoba! Era negra, con una calabaza roja tipo Halloween de ojos verdes, claro que fumando un Celta entre sus dientes, uno de los cuales estaba a punto para que lo recogiera el Ratoncito Pérez. Y un trébol de 5 hojas brotando de su lomo, que se bamboleaba con el traqueteo. Bueno, el ocupante de la bici se apoyó en el mostrador y pidió un café con leche y un bizcocho. Se lo estaba tomando, cuando la bocina se fijó en los vasos con los barquillos, que estaban más que nada de adorno, lo digo por si no os habíais dado cuenta que no sois muy espabilados, se fijó en ellos y con su voz de camionero dijo: Eh tú, el verde !!! anda circulando por ahí unos versos que dicen:
Después de lo cual insinuó que la medicina para ello estaba donde menos te lo esperabas y señaló hacia la pared de enfrente de donde estaba el bar/heladería. Allí el Calderón de la Barca del barrio había escrito una cerebral frase para la posteridad, que perduraría a través de los tiempos por su indudable exactitud.
Y lo hizo, lo hizo. Después, tenía una sonrisa de oreja a oreja, ganas de hidratarse, de vaciar la nevera y de hablar extensamente con su pareja de catre del nuevo novio de Belén Esteban.
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