La Ciudad de Luis Zueco

 

La Ciudad de Luis Zueco. Forma parte de una Trilogía Medieval que comienza con El Castillo y que ya he comentado y termina con El Monasterio que aún no he ni comprado ni sé de qué va. La verdad, El Castillo que trata de la construcción del castillo de Loarre me gustó algo más que La Ciudad. Quizá sea porque en el primero Zueco igual sería algo más «sentimental» dado que él mismo es Director de un castillo convertido en hotel con encanto, aparte de ser miembro de la Asociación Española de Amigos de los Castillos.

Si bien La Ciudad está muy bien ambientada en el Albarracín del S. XIII con sus callejuelas, sus torreones y su variedad de personajes (clérigos, comerciantes, nobles, muchachos de la calle ...). No es por nada, pero son 512 páginas, y en esas más de 500 páginas aparecen personajes como Alvar Núñez de Lara quien es sobrino del Señor de Albarracín, Guillermo Trasobares  es un mercader que ha sabido prosperar en las calles de la ciudad, Lizer es un joven aprendiz de alguacil que comenzó como mozo de cuadras y recadero de alguaciles, Martín es un joven clérigo que ha sabido ganarse el favor del Deán de la Catedral de Albarracín, pero sobre todo Alodia: el autor cuenta su vida como mujer en esa época en la que, tanto de noble como de plebeya, era poco más que un cero a la izquierda y como intenta, a pesar de todo, seguir adelante. Un ejemplo lo tenemos en las elucubraciones del clérigo Martín quien, tras verla no puede dejar de pensar en ella. ¿Por qué? ¿Por qué me asedia esa visión? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella? Había oído hablar de lo que le estaba sucediendo, le habían advertido una y mil veces del peligro de las mujeres. Desde el Pecado Original, el hombre se había convertido en pecador, aunque había sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y la culpa de ello era una, solo una: la mujer.

Todas las mujeres son evas, pero deben ser Marías, abrazando la Fe de un convento, o bien mediante el matrimonio cristiano, que las redime de sus pecaminosas inclinaciones. No puede haber mujeres libres; sin marido, no, eso es la perdición. Son seres débiles y propensos a pecar, por lujuria sobre todo, y, además, incitan a los hombres a cometer esos pecados.

Aquella mujer, Alodia, era una prueba del Señor; la había puesto frente a él para probar su Fe. O peor aún ¿Y si era un castigo? ¿la penitencia por sus pecados? Era una mujer de una belleza inusual, que no residía tanto en su naturaleza, sino que más bien estaba en cierto modo forjada por ella misma a base de haber sido capaz de superar tantas adversidades.