Yapigios 2 - Parte 1

 

Creo que los sacerdotes del templo ya conocían a Jmag de encuentros anteriores y pretendían congraciarse con él. Se movían a su alrededor de forma obsequiosa y se deshicieron de los peticionarios que había antes que nosotros de una manera expeditiva. Sin haberlo solicitado nos leyeron de unos coloridos y ajados pliegos la leyenda de un caballo alado llamado Chollima, el cual era tan veloz y tenía un porte tan elegante que no debía ser montado por ningún mortal. Los sacerdotes nos dijeron que teníamos que marchar al Este donde nadie había ido nunca en busca de los pastos de ese semental. El templo se ocuparía de contratar un barco hasta Atenas, y después de recalar en el Pireo y pasar unos días en tierra, luego continuar hasta Jerusalén donde terminaba nuestra travesía marítima. Una vez en zona de dominación Aqueménida, habíamos de buscar un modo para atravesar el norte del desierto de Arabia desde Jerusalén por la parte de Petra hasta un puerto llamado Jubail, cruzar y costear hasta llegar a Kolachi (Karachi), luego ya se marchaba al norte hasta Kophes (Kabul) y algo más allá.

 

El viaje hasta Atenas en barco no tuvo ningún misterio. El capitán era un persa que vivía en Jerusalén y que tenía unos negocios que hacer en el puerto de Atenas. Se llamaba Mahdi Khadim y mientras estábamos en Atenas pudimos contemplar los famosos muros largos que unían el puerto de El Pireo a la ciudad, que los atenienses habían construido hacía nada y que hacían de conexión segura a través de un largo camino protegido. Tras esa corta estancia, zarpamos rumbo a Jerusalén. Los viajes en barco no sentaron nada bien a gente acostumbrada a trabajar los olivos o las vides. Hermanos míos, en verdad en verdad os digo que estaba de color verde y no precisamente como Hulk. Se pintaba una sonrisa en la cara de los marinos cada vez que nos veían con los dedos engarfiados en nuestras tripas, andando por el barco haciendo eses con pinta de beodos o directamente vomitando en el mar. Cuando oímos el grito de Yerushalayim fue un alivio para nuestros estómagos. Lamentablemente el templo de Jerusalén que erigió el rey Salomón ya estaba derruido. Quienes regresaban de estar exiliados en Babilonia gracias a un Edicto del rey persa Ciro II estaban construyendo en el lugar que ocupó el templo del rey Salomón un segundo templo de apariencia mucho más modesta. Aparte de eso el Rey Ciro daba permiso para reconstruir la ciudad, entregando una considerable cantidad de pasta para materiales, algún que otro cigarro habano y quizá el último juego de Call of Duty para el hijo del proveedor de pescado del Sumo Sacerdote. Ya al despedirnos, el capitán persa de Jerusalén nos dijo que iba a hacernos un regalo. Dijo que teníamos suerte - parece que estáis bendecidos por el dios Zurvan - un amigo suyo de nombre Ismail Ben Symon tenía negocios en Kolachi y sabía griego y persa por lo que le venía muy bien nuestra ruta.




Dios Zurvan



En Shalem tuvimos que esperar a que se reunieran un grupo bastante grande de mercaderes que viajaban juntos pero no revueltos a través del norte de áreas desérticas de los pueblos Nabateos y los Banu Kalb desde Jerusalén al puerto de Jubail. Allí por primera vez vimos caballos a los que les había salido un grano en la espalda. Pronto añoré el viaje en barco desde Atenas, porque cuando montabas en esos bichos ibas hacia todas partes en círculos hasta adelantar un moco (perdón, un poco). Y tampoco ibas tan rápido, yo creo que andando les adelantabas. Bueno, nos unimos a un heterogéneo grupo, donde había gente de todas partes de la Ecumene griega. Habíamos comido en casa algo de ful medames, y cuando al fin se dio la salida para todo el grupo, yo ya tenía hambre. Es que no soy nadie sin mi sopa de verduras. Menos mal que una familia griega de Megara compartió conmigo su manduca. No se hicieron paradas, solo para recargar el móvil en alguna gasolinera y comprar algo de comer en una máquina de pica&pica 24 horas. Y poco a poco, demasiado poco a poco para mi gusto, y con ese andar circular que me dejó mareado perdido, finalmente llegamos a Jubail, donde había que buscar otro barco en el que cruzar el brazo de mar que nos separaba de la costa de enfrente y una vez en ella, costearla hasta llegar a Kolachi. Una anécdota, alguien me contó que se hacen carreras con esa especie de caballos con dolor de espalda y no hubo forma de que nadie me lo metiese en el coco.




Dromedario



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