Grito


Yo no soy especialmente muy emotivo. Ni siquiera me acordaba de mi Santo ni de mi Cumpleaños hasta hace poco. Pero sí recuerdo que en 2010 cuando Iniesta marcó aquel golito en Sudáfrica y nos hizo campeones del mundo, pegué un brinco en el sofá de palmo y medio y mi grito se debió oír en Shanghai. Entonces tuve una emotividad espontánea que duró bastante pero que fue como muchas hojas de árboles otoñales: caduca. Actualmente nos une otro tipo de emotividad, la solidaridad frente a un enemigo común. Es una solidaridad que traspasa fronteras y no necesita pasaporte para ello, cuando una abuela le sonríe a su nieto desde la distancia aunque no pueda acariciarlo, vemos ese cariño y esa solidaridad que nos obliga a permanecer en casa y a cumplir ciernas normas por la seguridad de otros. Y no hablo de los sanitarios y adjuntos ni de los servicios de seguridad porque ya se ha gastado mucha tinta. Pero es nuestro deber hacer que esa solidaridad sea lo más duradera posible y traspase barreras. Que cuando ese enemigo ya nos haya abandonado esa solidaridad continúe con nosotros. Porque esta crisis pasará aunque ahora nos parezca algo que está en un país muy muy lejano. Y no hablo de gestos como dar palmadas a las 20:00 horas a los sanitarios. Eso está muy bien, claro está, pero hablo de algo más efectivo. De dar sin esperar nada a cambio. ¡Joder! Si hemos construido las pirámides, si hemos construido el Taj-Mahal, Machu Picchu con su Templo de la Luna ... yo creo que podremos con cualquier cosa, ¿no? bueno, con ayuda de ET claro está.