Bueno otra familia que también había llegado desde el mismo lugar era la de Don Pablo Martiñá Garroupo. Don Pablo tenía una hija llamada Ester. Las malas leguas decían que era Ester la que tenía y llevaba por dónde quería a Don Pablo y que habría hecho falta un poco de mano dura para que cambiasen las cosas. De niños Don Andrés había ido al colegio con Ester y ella le solía llamar “el Escoba” por el apellido Escobedo de su madre. El colegio al que ambos acudían se llamaba La Cruz de Gracia y era un complejo en el que se enseñaba lo que actualmente se correspondería con servicio de Guardería, Educación Primaria y Educación Secundaria. Tenía dos patios interiores de lo más grande donde los niños jugaban al fútbol y las niñas al baloncesto, dos urinarios con techo cubierto y un olor a meado que estaba siempre alrededor y lo notabas al acercarte a “hacer pipí” a pesar de que había un operario con gorra y gabardina – “el Muerto” - que se ocupaba de echar manguerazos y recibir bromas de los chicos quienes debían de huir rápido sino querían recibir algún que otro chorro de agua de “el Muerto”, un gimnasio con las típicas cuerdas que colgaban desde el techo y el profesor que le gritaba al oído al alumno cariacontecido ¡Venga a trepar, parece que te pese el culo que es para hoy! y una pequeña capilla con acceso desde el exterior. Por el interior se podía entrar en esa capilla a través de un patio cuadrado rodeado de columnas y con una estatua del fundador en el centro que todos rehuían porque estaba rodeada de una leyenda negra infantil tipo hombre del saco, cosa que no agradaba mucho a los curas. Se notaba que era una Congregación con dinero. Habían adquirido recientemente un inmueble rectangular enorme y habían hecho de él una especie de teatro donde los chicos representaban obras clásicas: Fuenteovejuna o el Alcalde de Zalamea por ejemplo, adaptadas a la época y circunstancias del momento, a esta última obra los chicos la llamaban el Alcalde Ce la menea. Y desde luego no hay que olvidar la “Biblioteca”, llena de ventanales alargados y con varias lámparas con apliques circulares, y casi exclusivamente con el contenido de un surtido de Enciclopedias varias: tanto Geográficas, Históricas o de Orden General simple y llanamente.
En el recreo se comentaba entre susurros que debajo del Colegio había unos túneles que lo conectaban con varios Colegios de la zona de cuando la Guerra de Independencia. Evidentemente “el Escoba” nunca se lo creyó, pero era toda una gozada recrearse en el asunto, e imaginarse a los milicianos ahí cavando de lo lindo para trasladar munición y evitar controles napoleónicos. Claro que había otro “bulo” aún más inverosímil. Se decía que había sido un grupo de curas que quería llegar hasta un colegio de monjas vecino para … bueno para eso. “Ji ji ji bien no sé vosotros o el Escoba pero yo prefiero con mucho esa segunda explicación” Es cierto que junto a la iglesia sí que quedaba un pasaje tétrico y oscuro, con muchas luces y sombras y varias vueltas y revueltas. Era un Colegio religioso por lo que los curas solían colocar en las esquinas alguna imagen, generalmente de la Patrona del Centro que daba algún sobresalto que otro al aparecer súbitamente en la oscuridad, y hasta que el chaval no se daba cuenta de que la figura en cuestión no se movía en absoluto, él tampoco se atrevía a hacerlo. Los chicos, El Escoba y Ester entre ellos, se lo pasaban de vicio en La Cruz de Gracia haciendo el burro todo el puñetero día, desde luego estaban en la edad de hacerlo, y se puede creer o no pero por el camino también aprendían algo, no mucho pero sí algo.. Por aquel entonces se comenzaba a probar nuevos métodos de enseñanza venidos sobre todo de la Pérfida Albión. A pesar de ello, la mayoría de los maestros aún utilizaban la vieja fórmula de azotar la mano del alumno con una varita, eso sí llamando Señor o Señora a ese alumno o alumna.
- Señor Millán salga a la pizarra y extienda la mano que voy a acariciarla un poco. Eso le enseñará a llegar tarde clase. Llegar tarde es una falta de respeto hacia sus compañeros y hacia mí y esa falta hay que enmendarla.
- Señora Martiñá. No crea que se puede escudar en su género para eludir su justo castigo. Al igual que el Señor Millán, Usted llegó tarde a clase y recibirá el mismo castigo ante sus compañeros. Aquí somos muy consecuentes con esa doctrina tan cacareada de la igualdad.
Ya se ha dicho que Ester – la Señora Martiñá – era quien llevaba los pantalones en su casa y no aguantó muchos más azotes con las manos extendidas. En dos semanas a partir de la “varita justiciera”, la familia de Don Pablo Martiñá subió a un coche de caballos a las puertas del Centro y partió hacia el Norte. El Escoba se quedó mirando como se alejaba el carruaje con unos ojos sin expresión que parecían apuntar a algo muy lejano e invisible para todos menos para él. A partir de entonces dejó de ser El Escoba y volvió a convertirse en Don Andrés. Y se transformó en un hombrecito elegante, peinado con raya en el centro, pelo liso algo humedecido, y no despeinado como iba antes. Llevaba el uniforme de la Cruz de Gracia todo abotonado hasta la garganta, y no iba con los botones sueltos y con alguno completamente descosido. Y además llevaba unos zapatos bien bruñidos y anudados y no se tenía que agachar a cada rato como hacía nada. Pero sus notas no mejoraron precisamente y con 16 años hubo que “empujarle” para que finalizase los pocos cursos que aún le quedaban. La cuestión es que parece que la pequeña Ester siempre estuvo en sus pensamientos.