El otro día fui a comprar mi alimento espiritual al centro de Valencia. A la vuelta, decidí ir un tramo paseando a través del jardín del Turia y me bajé al cauce viejo donde comienza la Avenida del Puerto desde donde hay una efigie de hierro que en mi imaginación es un rostro quizá de un fenicio o de un antiguo habitante de Tartessos, ¿quien sabe? mirando hacia arriba y con el cuello estirado y una barba en punta hacia sí mismo. Bueno, me bajé justo por allí. En la rampa de bajada vi un boquete que me pareció en su momento la apertura de la boca de la verdad delante de la iglesia de Santa María en Cosmedin de Roma donde Gregorio el Pecas hace la pantomima esa de que la boca le come la mano en la película Vacaciones en Roma. Pero como yo no soy Gregory Peck ni las mujeres actuales son tan impresionables como Audry Hepburn no coló. Caminé unos metros y me encontré con una laguna alargada la cual yo creo que era sin lugar a dudas nada más y nada menos que la Laguna Estigia. Esta creencia se vio reforzada por el hecho irrefutable de que al comienzo y al final de esta laguna hay dos templetes de columnas evidentemente dóricas y muy similares en apariencia al templo de Segesta en Sicilia. No sé qué abracadabra se utilizó para que una laguna del inframundo griego apareciera en pleno centro de Valencia, pero es Guay del Paraguay.
Cabeza estirada del fenicio o tartesio
Ya más adelante me encontré con la nave estilo invernadero que es el Palau de la Música. No me verás allí. A mi la música de todo tipo me produce alergias. Luego está el Parque Gulliver, pero yo con mis 56 años prefiero no acercarme demasiado a esos lugares infantiles o ya veo a un grupo de mamás persiguiéndome escoba en mano. Así que salí por una rampa donde había una entrada a un restaurante de aspecto asaz pijo y de rascarse bastante el bolsillo llamado el Llit del Turia.