La laguna dorada de Eulogio

 Se llamaba Eulogio. No tenía la culpa, la culpa era de Zapatero. Eulogio era consciente de ser un dino, del tipo del de los Picapiedra pero más grande y robusto. No era tan alto como para que le llamasen los chicos del baloncesto para jugar con ellos, eso era más para los figurines que vivían en el Valle, él vivía más entre el Valle y el Desierto. Pero sí era lo bastante robusto para que le llamasen los chicos del sumo, que últimamente estaba ganando adeptos este deporte. Bueno, he dicho que Eulogio vivía junto a un desierto. Era un desierto muy cuco. Los dinos que se creían casanovas llevaban allí a sus parejas, y les enseñaban el paisaje y las estrellas junto a la luz de las lunas que allí son especialmente luminosas, mientras les decían con voz mimosa y al oído eso de “anda, enróllate un poco cari” pasando como quien no quiere la cosa un brazo sobre sus hombros. Y ella o él los moverá sinuosamente como queriendo desasirse de ese abrazo, o quizá acomodarse en él, quien sabe? Bien, volvamos a Eulogio que nos hemos desviado a las parejas de dinos en el desierto, pero esa proximidad de Eulogio con el desierto y el hecho indiscutible y confirmado por la mamaita de Eulogio que éste era bastante guarro por decirlo suavemente, hacía que frecuentemente usara este desierto para mingitar o miccionar si se prefiere ese término menos sutil en ese espacio prácticamente inacabable, concretamente en una pequeña hondonada que había cerca del loft en el que habitaba nuestro amigo. Bien, fueron pasando los días y conforme Eulogio esparcía amorosamente su líquido dorado en esa hondonada se fue formando un coqueto charquito. Como nuestro dino hacía el payaso cada vez que mingitaba, fue congregando a su alrededor a todo un ramillete de dinos, Brontosaurios en su mayoría, pero entre los que también aparecía de cuando en cuando algún que otro Estegosario, que con su puñetera cola puntiaguda lo convertían en el chico malo del barrio. Y ya sabéis, culo veo culo quiero, pronto toda la congregación se puso a mingitar en la hondonada y a añadir su propio caudal dorado al de Eulogio. De forma y manera que el charquito de la hondonada se fue transformando paulatinamente en un gran charco y andando el tiempo en toda una laguna. Una laguna en el desierto muy bonita aunque algo pestilente dado su contenido. Afortunadamente para la salud bronquial de Eulogio y otros residentes locales el viento de las lejanas montañas aireó la fetidez reinante.
Sí, se había originado una bonita laguna en el desierto, que años más tarde cuando Eulogio y sus congéneres ya se habían metamorfoseado en mariposas parlantes y habían partido a polinizar babuinos como ocurría cada Lustro un homínido de nombre Itrio encontró la laguna y se sorprendió por su aspecto y ubicación. Itrio comprobó que no había ningún río o riachuelo conectado con esa laguna y claro las lluvias eran escasas en el desierto. Concluyó que la laguna debía de proceder de los dioses, era la única explicación que se le ocurría a un intelecto superior como el suyo. Además estaba en el desierto, un lugar muy extraño para una laguna, y encima era dorada, tenía que ser de origen divino, así que comenzó a adorarla y a realizar sacrificios de pequeños animales en sus márgenes. No demasiado tiempo después, ya se había construido hasta un templete en la orilla del lago y de animales pequeños se pasó a algunos de mayor tamaño. Y claro, cuando Eulogio y sus compadres volvieron de su polinización penta-anual pasaron evidentemente a engrosar el creciente número de animales sacrificados en la laguna sagrada … del Dios Eulogio.