Chalet y las arañas


Este blog evoca algunos recuerdos de mi infancia de cuando veraneaba con mis padres y mi hermano. Yo era un enano tal como él y mi padre me llamaban (de hecho mi hermano le llama a todo el mundo enano/a aunque midan 2’10) y mi hermano era un nano peludo y feo como le puse para cabrearle sin tener mucha suerte con ello todo hay que decirlo. Centro mis correrías en nuestras visitas a una casita de mis padres situada en una urbanización que estaba en la Carretera de Serra, concretamente en el Municipio de la población valenciana de Torres Torres. Por cierto, “mi padre fue Cronista de este pueblo y sus primeros libros, excepto uno que escribió a los 18, se refieren a él.” Aunque claro, siendo niño personalmente también he estado en otros lugares que no han sido Torres Torres.
El chalet, porque estoy hablando de uno, tenía un garaje en su parte inferior al que los coches accedían a través de una rampa y una pequeña bodega para el vino entrando por una puertecita de hierro que se veía al fondo de dicho garaje. Y un secretito, en esa bodega está todo oscuro como la tripa de una ballena, y con el yuyu que les tengo yo a las arañas …¡Cuantas veces nos habremos tirado en bici mi hermano y yo por esa rampa! Porque primero tu papi te enseña a ir en bici. Vamos campeón, que puedes solo, esta vez no te cojo, y todo eso. Pero cuando el campeón ya ha “aprendido” tiene que continuar practicando, así que … rampa va y a esperar que los frenos fuesen también y no cayeras de cabeza en la balsa para riego que había debajo del todo. Por otro lado las habitaciones, chimenea incluida estaban en la parte superior de la casa. Jolín, en esa chimenea he apilado más leña y tirado más cositas que un McDonald la Semana de Navidad (menos mal que por aquel entonces controlaba bastante bien el esfínter porque estar tanto tiempo frente al fuego daban unas ganas de ir al baño que ni te cuento). Hace eones me ponía a alimentar de troncos la chimenea y de cuando en cuando solía tirarle unas flores silvestres que crecían en la parcela y que llamábamos “pedorretas” por un motivo evidente; tirarlas y que aquello empezase a crepitar era todo uno. Aparte el chalet tenía la típica terraza y balancín junto a una piscina bastante crecidita donde me tumbaba la siesta después de bañarme. Tan solo un apunte, la piscina terraza y balancín se construyeron unos años más tarde que lo demás (2 o 3) y por aquel entonces teníamos la balsa de riego de debajo de la rampa del garaje. Por detrás estaba el “paellero” y algunos frutales, así como la ardilla Leonor a la que mi padre compraba avellanas en el supermercado Consum aposentada en su árbol favorito. Compraba las avellanas y las colocaba en una pequeña maceta arrollada con un alambre alrededor del tronco de ese árbol y a su pie había un cenicero de esos de vidrio en el que se vertía algo de agua, aunque Leonor solía beber directamente de la de la piscina. Cuando me ponía a comer papas y a leer en una hamaca en la terraza de detrás del chalet podía ver perfectamente a la ardilla subir y bajar del tronco. Por otra parte, todo el chalet estaba rodeado de macetas, bancales y roquedales con vegetación porque a mi madre le encantaban las plantas y sus flores. Con el tiempo eso varió porque mis gustos y los de mi hermano hacia el Reino Vegetal no es que coincidiesen con los de mi progenitora, quien solía ir al Puerto de Sagunto a por plantitas. Mi única inclinación al respecto era un cactus que había a la entrada de la parcela y al que mi padre puso de nombre “el mortuori” ya que usualmente estaba todo lleno de “ocupantes”: me explico, cuando conseguía atrapar una araña ejecutaba mi particular vendetta, quitando con cuidado un pincho del cactus en cuestión, ensartando con él a la araña, y clavando luego el pincho con su ocupante quien meneaba las patas con frenesí en el tronco del cactus. Una vez incluso me dio por enfrentar a una Araña Tigre con el aspecto de los tanques del Afrika Korps de Rommel a una Araña de Jardín que más se parecía a los Payasos de la Tele, juntándolas para que peleasen en un capazo medio roto que tenía mi padre. La de Jardín hizo puré a la Tigre pese a las iniciales apariencias. Claro que yo no era tonto de nano y tenía que haberme dado cuenta que así como la de Jardín la saqué del barranco de detrás del chalet donde hay mucha humedad y la “fauna” local es bastante numerosa, la Tigre la bajé de un monte cercano a la Urbanización donde los únicos inquilinos eran el viento, las arañas y alguna libélula ocasional. Todo venía de cuando siendo muy enano estaba jugando en el garaje frente a un fregadero de piedra que había allí. Entonces lo que supongo era una arañita se deslizó desde debajo del fregadero y se me subió a las piernas. Bueno, debí armar una escandalera que ni que me estuviesen matando. Y mi madre enseguida, pues lo que hacen las madres, cariño calma que no pasa nada, que todo está bien y todo eso. Pero claro, esa araña por pequeña que fuese debió parecerme enorme a mi por aquel entonces. Desde ese momento las arañas y yo estamos en guerra. Cuando dormía en el chalet de niño tuve muy pocas arañas pese a que estábamos en medio del campo, y eso por un motivo muy concreto; una noche que mi hermano dormía fuera no sé porqué, me acosté y me desperté sin darme cuenta que había dormido con un “dragón”. Cuando me di cuenta me sobresalté porque aquella especie de lagarto escamoso era un animal nuevo para mí, y mi madre que conocía como todos a 30 km a la redonda lo mío con las arañas me explicó que el “dragón” las mantendría lejos. Desde entonces ese animal y yo fuimos muy mejores amigüitos. Por otra parte, siempre que se llega a una escena en la que sale una araña en alguna película que haya visto he de cortar, mirar hacia el cogote del de delante o hacer zaping en la tele. Por ejemplo, en las pelis de Tarzán donde aparecen esas arañas tan enormes que hacen telarañas de árbol a árbol, zaping. En El Señor de las Bestias donde sale una araña como la que se adoraban en el Reino de Zamora en los cómics de Conan, zaping. O en otro Señor este de los Anillos donde Frodo y Sam visitan la cueva de Ela Laraña, zaping de los surferos.


Ardilla Leonor y paellero al fondo