Vuelve
Don Andrés Millán Escobedo-Andrade.
Era
todo un problemita, Don Andrés odiaba la economía, pero el
inconveniente no iba a desaparecer así como así: debía vender la
casa familiar que había estado Siglos en el mismo sitio porque no
tenía nada qué llevarse a la boca. Sí, el amigo del primo lejano
de Madrid que trabajaba en la Cafetería del Ministerio y por tanto
conocía a bastantes Ministros y Secretarios ministeriales decía que
intentaría ayudar pero después nada de nada, y el problema ahí
seguía, como un gato relamiéndose los bigotes y desperezándose
panza arriba de vez en cuando las patas anteriores de modo
antropomórfico. De forma que
como no había modo de evitarlo, Don Andrés tragó saliva de manera
audible y se puso a pensar furiosamente en la venta de sus
entretelas. No sabía si
debía comunicar que iba a vender y preguntarles su opinión a sus
hijos, el casado que vivía en Valladolid y el soltero que tenía una
casa en Albacete, ya que prácticamente no iban nunca a verle. Si
decírselo también a su prima de Ampurias, aunque ella tuviese su
familia con sus tejemanejes
propios. Y si contárselo al único criado que le quedaba, que lo
tenía para aparentar más que para otra cosa, puesto que aparentar
era todo en esta vida en donde el Buen Dios nos ha colocado con Sus
Benditas Manos, y si no tenías al menos un criado en una casa
señorial … lo cierto es que tenía un acuerdo secreto con él:
Héctor, que así se llamaba. No haría sus tareas excepto abrir la
puerta de la casona, en lo demás sería Don Andrés el que actuaría.
Era un buen acuerdo, puesto que sin Héctor el precio de la casa
bajaría en picado. Y a lo peor, incluso CON Héctor, puesto que la
casona era demasiado grande para un solo criado, pero al menos con él
había alguna posibilidad. Bueno, Don Andrés se encontraba ante la
disyuntiva de decírselo o no a esas personas. Pero en todo caso, eso
sería después de desayunar. Para desayunar solamente tenía un
huevo frito y una taza de café con leche, la leche algo agria y el
café que hubo de golpearlo para sacarlo del bote y por fin cayó
demasiada cantidad. Así que Don Andrés, aprensivo como era apartó
delicadamente el café con leche, aunque lo hubiese hecho él (no
ordeñó a la vaca, hasta ahí no había llegado). Se quedó mirando
fijamente el huevo frito como hipnotizado por los círculos
concéntricos que lo formaban. Don Andrés era muy imaginativo, de
niño su madre Doña Ana le acusaba de estar pensando siempre en las
musarañas (Las
arañas del moro Muza como él las llamaba de niño).
Y es que a él le encantaban ciertas palabras, su sonoridad, cómo
podrías cogerlas en un torno de alfarero imaginario y moldearlas a
tu gusto. Así de imaginativo era. Palabras como Gárgola,
Moldura, Manglar, Barbacana, Meandro
…, cuyo significado no importaba. Pero nos hemos desviado.
Estábamos con Don Andrés mirando como hipnotizado su huevo frito y
pensando en la forma de vender su casa familiar. Y entonces recordó
una faceta de la Historia de España que le causó impresión. Se
trataba del mandato en la Presidencia del Consejo de Ministros de Don Francisco Cea Bermúdez, nombrado hacía ya algunos años, en
1832, durante la minoría de edad de la Reina Isabel II, la Borbón no la … otra. Aunque en opinión de Don
Andrés, Don Francisco Cea no era un Político que destacase sobre
los de su época, sí era un grandísimo Estadista y un
Negociador
consumado, logró diversos Tratados Internacionales, consiguió
incluir a España entre lo más granado de los países europeos
cuando evidentemente ya se nos había pasado el arroz (supongo que a
ello le ayudó el que el reino ahora fuese Borbónico que
por otra parte Francia
se convirtiese
en
uno de los gallitos del Continente), e internamente acometió
la reforma administrativa de Javier de Burgos y su división territorial por provincias. Es posible,
sólo posible que ¡¡¡Las Españas !!! fueran entregadas a los
Reyes Católicos por Dios Nuestro Señor de una forma podríamos
llamarle “espiritual”, pero era una niña toda desgreñada quien
solamente pensaba en salir a corretear con su padre. Fue el
afrancesado Javier de Burgos en 1833 quien nos la entregó, la pintó
y maquilló peinando toda su superficie surcándola de categorías
administrativas a imagen de los Departamentos Franceses, y no sé
porqué las llamó provincias ya que en poco se parecen a las romanas
debido a su extensión.
Finalmente
terminó de comprender lo del huevo frito. No debía llamarse a
engaño, ahora en 1855 están de moda tas tendencias
Progresistas, pero él siempre las había tenido Moderadas.
Claro que dentro de los Moderados sus ideas se inclinaban al diálogo
más que a otra cosa. Después de todo, su héroe, tanto en la
política como como militar siempre
fue
el Sr. Don Leopoldo O’Donnell,
quien dentro de sus mismas ideas Moderadas “traicionó” su
tendencia Moderada y encabezó la revuelta que inició el
Progresismo actual. De todas formas, la división por provincias hoy
imperante la implantó un gobierno con profundas
convicciones derechistas, donde todos toman partido, pero dónde se
ejerce una muy férrea centralización, tal como existiría en la
configuración de un simple
huevo frito.
Quizá … debería, sí quizá le debería confiar la venta de la
casona a todo el mundo pero continuar con las riendas firmemente
asidas. No, Don Andrés no estaba muy de acuerdo consigo mismo, y
acabó por hacer algo bastante infantil:
cogió la barra de pan, arrancó un pedazo, comenzó a untarlo en la
yema del huevo, y luego al modo en que lo hacen los chiquillos,
empezó a deslizar la miga de pan en círculos por todo el huevo,
yema, clara y todo lo circundante, todo un batiburrillo. Tal vez a la
división de Don Javier de Burgos le tocaba evolucionar en un giro de
tuerca.