Un buen día, Epi, Blas, Gustavo, Coco y el Monstruo de las Galletas habían quedado en encontrarse con Santa Úrsula en un Bar cercano a la Casa de Beneficencia de Valencia para tomar unas cañas. El primero en llegar fue el pulcro Epi, todo de punta en blanco y con su eterno jersey a rayas horizontales. No tardaron en aparecer Gustavo, Coco y el Monstruo de las Galletas, que iban como de costumbre, con Coco bailoteando y haciendo el payaso entre Gustavo y el Monstruo. Finalmente llegó la parejita que faltaba, las manos entrelazadas de Santa Úrsula y Blas lo decían todo, aunque nadie dijo nada. El silencio que se había hecho parecía interminable, y es que de todos ellos era bien sabido que Gustavo bebía los vientos por Santa Úrsula. De todas formas, no hizo falta que nadie rompiese el hechizo de ese silencio, ya que de repente sonó un alarido horrible que nadie sabía de donde venía, y que el Monstruo - gran conocedor de estos temas - identificó sin dudar un minuto al grito del alcaraván en celo. Todos se giraron buscando el origen del berrido, gañido, alarido o lo que narices fuera el sonido que oyeron. Infructuosamente, y ya sólo les quedó mirarse las caras y sonreírse algo tontamente unos a otros para demostrarse mutuamente que no se les había erizado el pelo al escuchar el horripilante chillido. ¡Chillido! Esa es la palabra que me faltaba. Ya podíais decírmelo, malditos hijos de una cabra tumefacta. Uno aquí matándose a escribir para Sus Señorías, y cuando hace falta algo de ayuda os quedáis ahí tirados en el sofá sin mover un dedo. Bueno, la cuestión es que Epi, Blas, Gustavo, Coco y el Monstruo de las Galletas sí se sonrieron para demostrar su falta de temor frente al alarido, pero como Santa Úrsula era una espécimen del sexo débil, ese temor se le suponía que le venía ya de serie y con el pack de pertenecer a ese colectivo antes mencionado de forma que no tenía porqué disimular.
El encuentro de los amigos no dio para más. Pero cuando todos se despidieron - hasta luego Lucas que tengáis un buen día, y todas esas chorradas - y Gustavo se encontró solo en su casa, vio unas imágenes que había en la pared y que conservaba de sus años de trabajo en el MoMA de NuevaYork. Se trataba de un Romano y de un Huevo de Pascua. Por dónde estaban situados ambos y sus tamaños respectivos no dudó en identificarse con el Romano. Podía decir con total seguridad que el Romano se encontraba debajo del Huevo de Pascua. Bueno, no justo debajo, sino algo hacia la izquierda según se miraba. Se trataba de un Romano de esos que acechaba a la Aldea Gala de Asterix y Obelix (e Ideafix) la cual resistía ahora y siempre al invasor, y desde luego era un Legionario Romano del Campamento Fortificado de Babaorum (no del de Laudanum, ni del de Aquarium, tampoco del de Petibonum, sino del de Babaorum). Y de un Huevo de Pascua profusamente decorado y algo más grande que el Romano, presumiblemente puesto por el Conejo de Pascua. Ese que se lio con el Hada de los Dientes en uno de los episodios de Teen Titans Go, lo sabríais si fueseis fans, pero soy consciente que no todo el mundo es tan sumamente inteligentoso como para ver dibujos animados. Volviendo a la historia historiada, diré que puesto que el Romano estaba más o menos bajo el huevo, nuestro soldado debería rezar ardientemente a todos los dioses conocidos y por conocer (sí ya sé que no os lo creéis, pero debía incluir en su oratoria a sus dioses Lares más que nada para que no se molestasen y a las Cárites por si acaso) para que el dichoso Huevo de Pascua no le cayese encima, o acabaría lleno de pringue hasta el infinito y más allá. Bueno, como Santa Úrsula le había hecho esa jugarreta con Blas, que le cayese encima el contenido pringoso del huevo a Gustavo le parecía algo light, pero un buen símil después de todo. En eso Gustavo va y oye Tit, tit, tit!. “Tit” de sonido, no de lo otro, qué malpensados sois. Era su amada tía Engracia que vivía en su Patagonia natal y le llamaba por Skype. Nuestro héroe abrió su tablet y ¡hop!, allí estaba ya la nariz con la verruga de su tía y sus sabios consejos. Qué rápida es esa aplicación de la pinza, se dijo Gus. Voy a llamarle Gus si no os importa que así acorto y si os importa también naruraca. Tras saludarse y pasar por el trámite de decirse, espero que te encuentres bien, hace mucho que no te veo, y todo eso, Gus le soltó: tía, tengo un problemita. ¿Recuerdas a Santa Úrsula? y le contó todo su afaire con Blas. Guzzito lindo - respondió la tía Engracia -, os amo a vos como a mi hijo, pero sos mu posesivo amor. Nos extrañe que la Úrsula os botara y haga change con tu amiguito. Se espantaría de ti pelotudo. No me seás pecho frío, que vea vuestra sonrisa y volver a ser mi Guzzito lindo. Ciao mi amor, dejaros de cojudeces y que mi pibito no me haga lagrimitas. Guzzito, perdón Gus dejó hablar a su tía, y luego se despidió diciéndole que desde luego le haría caso. Después que hubo cerrado la tablet, se acercó a la pared, desclavó la chicheta que mantenía al Romano pegado a ella, y lo recolocó esta vez justo encima del Huevo de Pascua, y volvió a clavarlo con la chincheta. Luego se separó unos pasos, y vio que su obra había quedado perfecta. En unas semanas, seguro que se incubaría el dichoso huevo y sino podía llamar para que le ayudara su amiga de la Universidad la Gallina Caponata.