Hace
una eternidad, cuando estábamos entre semana a menudo iba a casa de
mi abuela Ramona. La Señora Ramoneta y su marido
el Señor Juan en 1933 fundaron un Despacho en su vivienda particular
en la zona del Cabanyal tan de moda con la Prolongación de la
Avenida Blasco Ibáñez, donde él trabajaba de Secretario Judicial.
Mi abuelo fue una persona muy respetada en su profesión, por su
clientela y por la gente de la contornada que lo consideraba una
persona de la que podían fiarse, mientras su esposa cogió la
costumbre de ir al Mercado a hacer clientela cuando ni siquiera
estaban montados los puestos de venta. Bien, yo de nano visitaba a mi
abuela y hacía el cafre en el despacho de mi abuelo, con ella detrás
“anda cariño deja al abuelito trabajar tranquilo”. Recuerdo que
la casa de mis abuelos era la típica casita del Cabanyal de planta
baja y piso, bastante antigua, con una escalera que se podría
calificar de diabólica, con esos pasamanos tan intrincados según mi
parecer plateados a mano, con varios escalones desiguales, viendo a
mano izquierda como una banda de azulejos que cubría toda la pared a
la altura de tu cintura según ibas descendiendo por “eixa
escalereta del dimoni” que seguramente era digna de un museo. El
suelo de toda la casa por supuesto estaba en consonancia con los
escalones dada la humedad e la zona y la antigüedad de la casa en
sí. Y para rematarlo justo al fondo junto a una cocina bastante
crecidita había otra estrecha escalera que conducía hasta una
especie de trastero y de ahí hasta la cumbre mama hasta la cumbre
(hasta el tejado para entendernos). Vamos que para un niño era una
delicia hacer el cabra por esa casa, porque yo ya de mayor he sido
bastante tranquilo, pero un niño es un niño. En la parte posterior
había otra vivienda, pero creo recordar que era de otra persona,
solamente había trastos amontonados en ese lugar y un adulto no
cruzaría evidentemente de una vivienda a otra, pero estamos hablamos
de un enano y yo crucelo. Aproximadamente en el centro de la casa
estaban los dormitorios sin ventanas de ningún tipo quiero decir.
Personalmente me he quedado a dormir en esas camas y puedo decir que
para un niño es algo fenomenal. Duermes sobre algo mullido y blanco
y a la vez algo duro como una peladilla, es algo acogedor desde luego
siempre me sentí divinamente en esa casa y en esa compañía. Junto
a la casita de mis abuelos había otra muy cuca ocupada por un
matrimonio mayor. Tenían un jardín con una pequeña fuente donde
solían guardar un cochecito de esos que aparcan en cualquier lado.
Mis abuelos y ese matrimonio eran muy amigos y yo me bajaba a menudo
para jugar con una tortuguita que tenían en su jardín.
Un día
que fui a casa de mi abuela y mi abuelo no estaba no recuerdo ahora
el motivo, nos sentamos a la mesa dispuestos a probar la deliciosa
comida que nos haría Ramoneta. Mi abuela tenía una nevera vieja
blanca y de puerta redondeada. Y de allí sacó una botella de
gaseosa de esas de antes que tenía el cristal tan grueso y llena de
gotitas de humedad. La botella la puso en el centro y comenzamos a
jalar. Estábamos la mar de contentos, nos había hecho un arrocito
de pescado que le quedaba de lujo y todo eran chistes. De golpe y
porrazo noto algo húmedo en mi cara y le digo a mi abuela “Abuela,
tengo algo mojado”. Mi abuela y los demás me miran y ven que tengo
la cara llena de sangre. De momento se quedaron todos sin saber qué
hacer, incluido yo naturalmente. Luego vimos claro que la botella de
gaseosa había estallado de repente, un trozo de vidrio salió
despedido y un centímetro más y me deja tuerto. Mi abuela pensó
rápido, debió recordar el cochecito de los vecinos, les llamó y
les contó lo ocurrido. Bueno, enseguida me llevaron a la Casa de
Socorro que estaba en la actual Comisaría de Policía Local de la
Plaza de la Armada E spañola y allí definitivamente ya vieron que
no era nada del otro mundo aparte de lo peligrosa que había sido la
herida. Me lavaron bien la sangre de toda la cara y me pusieron una
venda bastante aparatosa que yo más bien parecía un clon de Dar
Vader. Después de un tiempo me quedó una cicacitricita de medio
dedo junto al ojo izquierdo. Bueno, ya tenía algo de lo que fardar
en el Cole.
Domingo de Ramos de 1971 con mi abuela |