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miércoles, febrero 27, 2019

Perra Estrella




Bueno, está claro que he de hablar de Estrella. Esto ocurriría cuando yo tenía entre 9 y 10 añitos. En una punta de la Urbanización, donde ésta formaba esa especie de pezón que tiene la Florida en los Estados Unidos de Norte América, estaba el pequeño chalet en el que vivía mi amigo que estudió Informática y que por poco acaba con mi primer ordenador al intentar enseñarme. Mi amigo era Epiléptico y sus padres compraron esa parcela porque se lo recomendaron para mejorar la salud de su hijo. Más allá de la parcela en la que estaba el chalet de mi amigo había una gran propiedad cuyos dueños no aparecían hacía tropecientos años. Nosotros solíamos entrar escalando un portalón oxidado con casi más herrumbre que pintura. Los hierros del portón giraban y se retorcían unos con otros en un baile que subía cada vez más y había que pasar con rapidez la pierna de un lado de la puerta al otro no fuera que los hierros te llegasen a pinchar. Allí tenían un guarda (no recuerdo ahora mismo su nombre) quien siempre iba acompañado de una preciosa perra de raza setter irlandesa. Era una perra de un pelo todo rojo, unos ojos brillantes de un color que no puedo ahora mismo determinar y orejas caídas con pelillos adorablemente rizados en los bordes. Solamente recuerdo flashbacks de aquella perra porque por aquel entonces era muy pequeño. Solo sé que era muy vivaracha, juguetona y bastante buena cazadora. Aunque lo cierto es que yo he llegado a pasar la noche en esa parcela. Ya he dicho que la propiedad era muy extensa, y al fondo había una pequeña casita de madera para guardar herramientas. Nuestro amigo el guarda contactó telefónicamente con los dueños y consiguió un permiso para que pasasemos una noche en esa casita. Así que cogimos unas mantas y allá que nos fuimos. Un apunte, en esa propiedad no había más edificaciones en aquel entonces, tan solo los cimientos de una gran construcción cuadrangular. Un día llegó corriendo Javi, quien le puso el mote a “la Volvo”, y me dijo que le siguiera que tenía que ver “algo”. Bueno, le seguí y me condujo a mi y a unos cuantos chicos más a un campo de alcornoques y en uno de ellos que estaba hueco vimos tendida a Estrella toda rodeada de cachorrillos, con sus ojitos somnolientos y unos con un pelaje más claro y otro más oscuro. Lamento no haber hecho en su día ninguna foto de los cachorritos de Estrella, pero serían más o menos así, situándolos en el campo de alcornoques claro:

Cachorros de Setter
Cachorros de Setter

Desde luego hubo una cierta presión por parte de mi hermano y mía y también de papi que siempre había sido muy de perros, y mami querida puso algunos puntos sobre ies “no quiero ser yo la única que recoge mierdas, que seáis vosotros los que saquéis al perro ...” Y unos días después llegó Hutch, nuestro primer perro oficial. Porque antes hubo otro, este oficioso. ¡Ah! lo de Hutch es por la serie policíaca de TV de los 70 Starsky y Hutch.

Lo del otro perro fue casi accidental, me explico: dio la casualidad que la época de que hablo había obras en la parcela que había frente a la nuestra. Es bien sabido que los operarios de las obras suelen llevar consigo algún perro para acompañarlos, los cuidan divinamente mientras trabajan, pero cuando acaban el trabajito no pueden llevárselo con ellos y lamentablemente han de dejarlo abandonado. Bien, durante la estancia de los obreros ya mi madre había tenido ciertas atenciones con el perro, que se llamaba Canelo, puesto que estaba justo enfrente. Cuando los obreros se marcharon lo cierto es que ni nos enteramos, pero estábamos en el piso de arriba mi madre, mi padre y yo cuando de golpe oímos ladrar si parar como un descosido a Canelo desde la parte de abajo de nuestro chalet. Mi hermano se nos había escapado y había bajado corriendo al garaje, pero eso no era lo peor, lo peor es que había rodeado no sé cómo una barandilla baja que hay como tope para una balsa de riego y estaba a puntito de caer en ella. Canelo se había colado gracias a que la puerta de la parcela estaba medio entornada y ¡menos mal! había salvado a mi hermano y sus pies cabos que le libraron de la Mili. Por supuesto desde entonces para mi madre Canelo fue San Canelo.


Antes hablé de la perra Estrella y de Hutch, el hijo de perra que nos dejó, pero ahí me quedé. Luego hice una breve introducción a la historia de Canelo, el cánido accidental que tuvimos la primera ocasión.
Hutch desde luego era un hijo de perra, pero es que lo era en todos los sentidos. Lo que era sentido, tenía un sentido tanto del olfato como del oído que cuando el coche de mi padre aún estaba a uno o dos Km de la Urbanización, de golpe y porrazo lo veías salir disparado de manera frenética siguiendo la valla de la parcela de modo que formó una especie de camino de ronda paralelo al muro de tanto corretear por allí. Al principio te preguntabas qué podría ocurrirle a ese animal porque por supuesto no te lo imaginabas así de pronto. Esas condiciones hizo que se interesasen por él algunos cazadores y aficionados a la caza de la contornada y llagaran a ofrecer a mi padre bastante pasta por Hutch, solo que supongo que dijo que nones y también es una suposición pero creo que nos metió a mi hermano y a mi como excusa. El muy maricón de Hutch (bueno, lo que es de maricón no tenía nada), el muy mamonazo al acabar la jornada pegaba un salto de canguro, conseguía llegar arriba de la valla, se columpiaba encima de ella con la barriga hasta que finalmente se tiraba haciendo muelle en el suelo con sus dos patas delanteras y así llegaba hasta la calle para irse de marcha por la ruta del bacalao. Lo malo era la vuelta. No sé porqué narices pero en sentido contrario no podía saltar la valla el botarate ese. Así que generalmente llegaba caminando lentamente casi como si no quisiese llegar, con las orejas gachas y emitiendo ocasionales gemidos. Mi padre le abría la puerta, no sin antes haberle dicho “serás tarambana, ¿de donde vienes? y aquel agachando sus ojitos castaños y haciendo ¡aing, aing!” Una mañana Hutch vino cojeando, su pata derecha con una herida profunda por la que se le podía casi ver el hueso. Supusimos que había caído en un cepo de jabalí, que por las contornadas había a mansalva, pero que afortunadamente había podido escapar a tiempo. A mi me ocurrió algo similar pero infinitamente más leve y solo en el dedo al pillármelo con la puerta trasera del coche frente al Hipermercado Alcampo. Pero con Hutch desde luego la cosa fue más seria. Mi padre hubo de ir a comprar una especie de tintura morada que debía escocer que ni te cuento porque el perro se enroscaba una y otra vez, y todo era llorar al aplicarle el mejunje. Desde luego se curó bastante rápido con esa cosa morada pero debió pasarlo muy mal. Y por supuesto, una vez repuesto otra vez vuelta a lo mismo de antes. Hasta que una vez Hutch saltó como de costumbre pero ya no volvió. Igual el cepo lo atrapó de nuevo, pero esta vez no lo soltó. Igual un cazador le pegó un tiro. Igual lo atropellaron …
El último perro que tuvimos se llamó Mangu. Ignoro el significado de ese nombre, cosas de críos. Bueno es una simple suposición claro, pero por aquel entonces había una serie policíaca que me encantaba no por el protagonista sino por el podríamos llamarle asesor, el protagonista se llamaba MAGNUM. Mi idea es que un niño varió de orden las letras G y N y omitió la M final. Sea como sea, se llamaba Mangu y era un cachorrillo que le dieron a mi padre en la Guardia Civil o la Policía que eso no lo recuerdo. Era mezcla de raza entre Perro Lobo y Pastor Alemán. Lomo y cola negras, con las patas y barriga blancas, algo más bajo que Hutch aunque desde luego mucho más fiable, no en vano era de la Poli y además para rematarlo no sabía saltar la valla. El segundo perro no es como el primero desde luego, porque Canelo no cuenta ya que éramos demasiado pequeños entonces. Solo sé que a Mangu lo he paseado más que a Hutch pero casi siempre rutinariamente y tomándolo como una tarea. Así como Hutch iba siempre tras los conejos, Mangu no dejaba en paz a las ardillas. Y donde se ponían de acuerdo los dos era en los perros pequeños, perro pequeño que pasaba por la calle, allí iba Mangu detrás ladrando como un descosido. Un día mi padre nos dijo que se había escapado. No lo supe hasta más tarde, pero lo habían atropellado cerca de la Urbanización. Ya no tuvimos más perros, nosotros ya éramos mayores y mi padre no quería ninguno más para alivio de mi madre naturalmente.

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