El Jardín de las vestales de Jesús Maeso de la Torre
Puuuues, vamos a ver qué digo. Ah, ya. Que si fuese la típica historia de Hollywood, trataría de un tipo hacido a sí mismo de los años 50 o quizá de antes de la Depresión. El tío se iría al Oeste a por petroleo u oro y al volver se codearía con los Amos del Universo de Wall Street. Y además se enamoraría de la hija de un bostoniano acaudalado. Lo malo es que la chica estaría en su torre de marfil y de allí no saldría apenas. Pues eso, pero llevado a la Antigua Roma.
Comienza con una carta, bueno mejor la llamamos epístola, joder qué bien suena esa palabra. Epístola, si hasta tiene acento en la esdrújula. Y esa es otra, esdrújula, habéis visto qué sonoridad. Bueno, comienza con una carta de un antiguo romano a otro:
Plinio saluda a su estimado Mecelio Sabino Nepote:
¿Nunca has leído la sorprendente anécdota acaecida en tiempos de Augusto, que se comentó en Roma con asombro?
Sucedió que un provinciano de Gades, impresionado por la reputación y gloria de Tito Livio, vino desde los apartados confines de la tierra para conocerlo. Ejemplo singular en los anales de la ciudad, que un lector y perseguidor de celebridades literarias ansiara vivamente conocer a su ídolo…
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Plinio el Joven, Cartas. Libro II. 3-8
Al final concluye que las historias deben seducir al lector, no por sus ideas, sino por las emociones que infunden, por su carácter sorprendente y por el suspense que inspiran.
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