Pirindolo

 

No sé si he hablado del Señor Pirindolo. Era un señor de unos setenta y pico, bastante delgadito, con una abundante melena plateada y una barbita de chivo que se estiraba constantemente ya que creía que de esa forma mostraba su lado más misterioso. También se podría decir que su estatura era elevada: caminaba por el barrio todo pagado de sí mismo, con un andar chulesco, balanceando el cuerpo de un lado a otro. Incluso había recurrido a una de esas ofertas que pueden prometer y prometen oscurecer el cabello de las personas que ya lo tienen perroplantígrado, perdón canoso. Además, se había sentido atraído por un anuncio publicitario de su mail (ya que se había comprado un móvil de esos modernos más que nada por el Whastapp) que lo que prometía era un alargamiento de ….. los pasos al caminar que evidentemente se acortaban con la edad, para lo que ofrecía unos cursos de gimnasio y masajes (que poca confianza tenéis en el personal, creíais que iba a decir otra cosa en pleno horario infantil).

Pero Pirindolo tenía un problema; un grano diminuto e indiscreto le había salido nada más y nada menos que en el centro de la axila izquierda. Durante el día no solía molestarle gran cosa, pero cuando comenzaba a atardecer, empezaban los picores sobaquiles, y entonces comenzaba a clamar en su exasperación y mentar a cosas negras y peludas y no se trataba de gatitos u ositos de peluche precisamente. Era un granito de esos persistentes y que no había forma de quitarse de encima. Como por la mañana no le molestaba y era por la tarde cuando comenzaba el suplicio, el Señor Pirindolo comenzaba a creer que su granito era una especie de castigo divino por su petulancia, ya que no conseguía quitarlo ni con una crema que le había regalado su amigo Regalizo y que decían que obraba auténticos milagros. Había llegado a compararlo incluso con el castigo del dios Zeus a Prometeo porque el titán robó el fuego para la Humanidad, debido la intermitencia del grano y su ir y venir, teniendo la mañana libre de granito y la tarde y la noche llena de sus molestias.