En Julio de 2019 nos decidimos a ir a ver el embalse de Riaño en León. Creo que mi padre se enteró de alguna forma que ese embalse anegó el pueblo antiguo y que se había trasladado a una orilla a sus habitantes, construyendo el Nuevo Riaño.
No es que el nuevo pueblo fuese una maravilla de acrópolis ni nada por el estilo, pero desde luego los paisajes de los alrededores sí que valían la pena. Por aquel entonces, nos alojamos en un Hotel de cuyo nombre no puedo acordarme de la calle que había nada más entrabas en el pueblo y que tenía los hotelitos casi repetidos, como los chiquillos cuando se muestran y se intercambian los cromos de Fútbol que los tienen “repes”. Desde el primer día hice una amistad, fue la kiosquera que era la que mejor había aprovechado el asunto del embalse. Desde luego no era ninguna novedad pero había cogido y ampliado el Kiosko que estaba enclavado en un lugar estratégico del pueblo, en una especie de esquina y cruce de caminos, y donde vendía libros varios bastante variados para un lugar tan pequeño, tenía un lindo bazar como el lindo gatito Piolín y además trataba de colocar algunos Souvenirs de Riaño y alrededores a los turistas, aparte del típico torito de Osborne de esos sitios claro está.
El pueblo era pequeño, caminando un poco hacia atrás por la calle del kiosko llegabas a una especie de arco GANDE muy GANDE, donde te imaginas fácilmente que eres un torero y te entran a hombros en una plaza como la Maestranza de Sevilla por ejemplo y ele. Una vez allí, y mientras mirábamos la superficie del lago por donde asomaba la punta de la torre del campanario del Viejo Riaño entre las columnas de la plaza nos contaron la historia de que un catalán estuvo a punto de comprar todo el pantano o al menos sus playas para organizar una especie de PortAventura leonés con todo tipo de servicios adicionales adecuados al lugar por supuesto, pero al final todo se vino abajo. Como siempre que ocurre algo así hubo opiniones a favor y otras en contra: que si será bueno para el comercio y para León en general, que si nos explotará y se lo quedará todo él que ya sabéis cómo son los catalanes. En ese pueblo no es que hubiese mucho que ver por aquel entonces. Mi mejor recuerdo es de un día en que nos despertamos y va y decidimos hablar con el Gerente del Hotel por si sabía de algún lugar interesante para visitar. ¡Que sucorazón pese menos de la pluma de Maat! Nos recomendó que visitásemos un pueblecito llamado Lois (casi como la novia de Supermán, solo le falta el Lane). Para llegar allí primero se rodeaba parte del embalse que ya he dicho que eran unas vistas dignas de ver (N-621). El pueblo podía ser pequeño pero el embalse, amigo, de pequeño tenía lo que yo de Gracita Morales. Tras abandonar el embalse se entraba en un valle franqueado por montañas bastante altas y del que más tarde nos informaron que el Invierno se hiela y no había manera de entrar o salir del pueblo porque esa carretera era la única vía de comunicación existente. Una vez ya en Lois, nos encontramos con un pueblo muy pequeñito pero que tenía un escudo de armas en casi cada puerta con lo que mi padre estaba que daba saltos de alegría aunque no con demasiado ímpetu porque hacía un frío que pelaba, siempre hay cosas con sus pros y sus contras. Y por fin llegamos a la joya de la corona, la llamada Catedral de la Montaña, una iglesia bastante crecidita que construyó un Obispo y prior hace algún tiempo con mármol rosado, que si le diese el sol de lleno refulgiría como no se puede imaginar.