Siempre
me he sentido muy a gusto en compañía de la familia de mi madre, en
especial de mi abuela Ramona y
su pan con aceite y sal que se hacía para merendar, al que añadía
un poco de pimentón rojo, sobrasada de pobre me dice mi tía que era
y que era bastante habitual entre la gente de aquella época.
Mi abuela tenía un tono de piel negro, pero negro llevando su
negrura hasta el extremo, hasta un Vicente Rodríguez cuando se
recorría la banda izquierda del Valencia FC.
La cuestión es que yo soy más bien de un tono lechoso y como tengo
una foto del Domingo de Ramos de 1971 con apenas 3 años en la que me
paseaba con mi abuela de la mano por la Calle de la Reina en el
Cabanyal en plena Procesión hacíamos un contraste que ni te cuento.
No tengo fotos de mi abuela de joven, pero sí que encontré una de
mi abuelo de cuando tenía 18 años y aparecía en una Cartilla
Naval, Cartilla
a la que se le
adjuntaba
una carta de exclusión para el servicio. Un poco más y no lo
reconozco y me lo paso por alto al repasar papeles antiguos, pero
claro después vi el nombre y eché el freno. Era un joven bien
parecido, supongo que mi abuela se coló por él casi enseguida. Por
otro lado, también
encontré una fotografía de mi otro abuelo, quien
debía
tener unos 20 y también era bien parecido pero así
como mi abuelo Juan el marido de mi abuela Ramona llegó a subirme en
brazos y aún recuerdo su fuerte olor a tabaco a
mi
otro abuelo (el
padre de mi padre)
no llegué
a
conocerlo
en
persona,
porque lamentablemente
falleció en 1963 y yo nací en 1968 un
día más tarde que el anterior príncipe Felipe para que el
republicano de mi padre rechinara los dientes, claro que lo suyo era
peor que había nacido el mismo día que Franco.
Aún así y
volviendo a centrarme en mí,
si es por apariencia mis genes estaban
bien serviditos,
claro que igual eso no era
suficiente. Pero pensándolo bien y considerando a la sociedad actual
y su gusto por la estética, tal vez sí que
sea
suficiente. Mi abuela de
pequeño me
llamaba “perla fina”. Desde luego, todas las abuelas o abuelos
llaman a sus niet@s algo parecido (mi
madre solía decir que mi padre hacía por sus nietos lo que nunca
hizo por sus propios
hijos,
lo
que debe de ser una especie de Constante Universal),
pero
el que tu abuela te diga algo bonito y que tu con tus 3 añitos
evidentemente
te
lo creas y
dudes menos de ello que de la tabla de multiplicar pone
por las nubes tu autoestima.
Con
mi madre he llegado a trabajar de forma que no hacía casi falta que
me dijese qué necesitaba, de manera muy coordinada y sin
pedírmelo se lo proporcionaba. Pero si estábamos demasiado tiempo
trabajando juntos, al ser nuestros caracteres muy muy
similares
(exceptuando su gran inteligencia
como es natural),
frecuentemente acabábamos
por chocar en alguna nimiedad, generalmente si yo le ayudaba al
ordenador. Ahora
bien, si lo que hacía era simplemente ir a lugares como el Registro
Civil a por Certificados de Nacimiento o Defunciones, a Últimas
Voluntades en la Calle Hernán Cortes, al Catastro que primero estaba
en Mestalla y luego lo trasladaron a Lauria, al Archivo de Protocolos
por Serrería cerca de la Estación del Cabanyal, pero todo estando
alejado de mi madre, entonces todo iba bien. Mi abuela paterna
Rosario solía decirle a mi madre “con lo inteligente que tu eres
Amparín y no te das cuenta que te pareces mucho a Joaquín y por eso
chocas con él constantemente”
Por
ese motivo, aunque mi madre fue la que principalmente me ayudó en mi
enfermedad cuando aquí en Valencia, médicos incluidos, todos
estaban en Babia respecto a ella. Por
ejemplo, unos
médicos decían que mi enfermedad era Depresión (no Postparto a
tanto no llegaron). Otros decían que podía ser Esquizofrenia. Otros
que la edad y que ya pasaría. Hubo un genio que dijo que no estaba
seguro, pero que quizá podría ser Epilepsia, el problema es que era
Psiquiatra y solo se le ocurrió recetarme una droga calmante
bastante
fuertecilla la niña,
de modo que iba por el pasillo de casa haciendo eses como si
estuviese beodo y
palpando las paredes para no caerme.
Bueno, no sé dónde ni a quien se lo oyó mi madre, pero un día
mencionó el Hospital Universitario de Navarra en Pamplona y
esa fue la salvación.
Por eso ya lo digo, aunque fue mi madre la que me ayudó más en mi
enfermedad, en lo social fue mi padre el que lo hizo, con
paciencia y sabiendo cómo tratarme. Cuando
se me ocurrió hacer un blog sobre la infancia y juventud de mi padre
tras su fallecimiento, rebusqué entre sus cosas y entrevisté a
algunos amigos y familiares, y entonces me enteré que tanto
mi
padre como mi madre habían estudiado psicología. Mi madre la aplicó
mucho más a su carrera, ya que era bastante más vocacional que mi
padre, y mi padre más a su afición literaria. Pero eso sí,
recuerdo que en casa había todo un estante lleno hasta rebosar de
libros de psicología infantil. El niño y su yo, El fracaso escolar
en la actualidad, De la escuela al paro … cosas así. De manera que
en ese sentido tanto mi hermano como yo estuvimos bien atendidos.
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