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  Últimamente voy mucho al baño. Popó no pipí que es lo usual y lo que hacemos hincando los pie s y a horcajadas. A contin...

martes, enero 29, 2019

Chalet y mis galaxias



Recuerdo que dormíamos mi hermano y yo en una habitación toda pintada de blanco y con el suelo de baldosas más bien claras y dos camas que podríamos llamar gemelas de armazón de hierro, vestidas con sábanas de colores y figuras de dibujos animados. La mía creo recordar que era tipo Disney y la de mi hermano de Los Picapiedra. Además había un ventilador de techo que sólo se encendía raras veces en Agosto que entonces era el mes más caluroso del año y un armario de madera empotrado donde se guardaban nuestros pijamas y otras ropas (por ejemplo unas chaquetas que nos había hecho mi abuela - la madre de mi padre - y que claro abrigaban un montón), mapas locales del 75 que continuaban allí en el 2000 no te lo pierdas, un catalejo roto y una tortuga/hucha con la base roja, caparazón verde y patas y cabeza amarillos a la que se le presionaba un botón en la parte superior de ese caparazón, estiraba el cuello y se comía la moneda que le pusieses delante. También se guardaba en el armario dos sacos de dormir, uno azul y el otro rojo, de cuando fui a Suiza con un Viaje de Fin de Curso a visitar el Lago Leman cerca de Ginebra y de Lausanne, y a comprar un Reloj de Cuco a Friburgo.
Esa mañana en concreto se me habían pegado las sábanas. Mi hermano ya se había levantado - por algo de nano y en el pueblo los labradores le llamaban “el matineret” - y mi madre tenía que llevárselo de paseo en brazos para que nos dejase dormir al resto. Por eso me fui recto al baño donde me lavé y me pasé algo el peine por el coco, confieso que muy poco. Desde siempre no he tenido que peinarme mucho, una pasadita y arreando que es gerundio, y no porque tenga poco que tengo pelambrera, salí a mi madre pero mi padre me dio en herencia su pelazo que a mi hermano siempre le formaba remolino en pleno cogote y resultaba rebelde de veras a la hora de peinar, no veas cuando tuvo novia la de tiempo que tenía que pasar delante del espejo dale que te pego con el peine para estar guay. Luego fui como un rayo a la cocina donde sabía de buena tinta que mi padre tenía que haber comprado esa mañana en el pueblo unos pastelitos de boniato puesto que lo había anunciado la víspera. Soy goloso por naturaleza o sea que me di prisa en ir. Abrí la alacena para ver lo que había y casi me caigo de culo. Me encontraba delante de una verdadera montaña de pasteles de boniato todos en fila esperando ser comidos. Bueno, las habladurías del pueblo decían que la pastelera bebía los vientos por mi padre que era bastante bien parecido “ben plantat” que diríamos por aquí, aunque lo cierto es que a esas habladurías no era ajena ni mi madre. “Gent de Carretera” que así llamaba a la gente del pueblo mi abuela materna, queriendo decir con ello que era gente que vivía de la Carretera que partía el pueblo por la mitad y que fuera de eso carecían de iniciativa alguna. Con decir que en Fiestas metían a las vacas en la Casa de Cultura que habían construido recientemente y decían de ellas que “eren unes vaques molt sabudes” y unos Baños Árabes que había a la entrada junto a una cisterna que conectaba los usaban como vertedero. La cuestión es que no cogí un empacho con los dichosos pastelitos de milagro. Porque a mi hermano no le gusta el dulce, a mi madre más de lo mismo, mis abuelas ya sabéis como son con los dulces las abuelas que parecen pajaritos y solo dan pequeños picoteos, con lo que solamente quedamos mi padre y yo para afrontar ese montonazo de pasteles. Y bueno, haciendo un “tremendo esfuerzo” nos hicimos el ánimo y nos los zampamos. ¡Joder! (con perdón) qué buenos que estaban los puñeteros. Y como decía un amigo de mis padres “nunca digas que nada está demasiado dulce”.
Tras la comilona me bajé a hacer el burro a un barranco pedregoso y por el que corría si es que corría apenas un hilo de agua que rodeaba la parte de delante de la Urbanización. Casi en la entrada había un puente por llamarlo de algún modo formado por el cruce de la Carretera Nacional a Serra que también bordeaba la Urbanización por el mismo sitio y ese barranco. Tenía tres ojos redondos para que pasasen las crecidas porque en estas latitudes crecidas haberlas haylas. Desde luego esos agujeros estaban habitualmente secos y totalmente vacíos y por allí solo pasaba el viento, que ahora que lo pienso eran las orejas de mi padre en movimiento, había que ver sus orejas ni Carlos de Inglaterra. De nano solía ir allí y sentarme dentro. Era algo opresivo, como una especie de cueva artificial donde el aire parecía más pesado, me recordaba esa escena de “el fugitivo” donde Harrison Ford se recorta contra un círculo de luz mientras es acosado por Tommy Lee Jones como Ranger. Me encantaba simplemente tenderme de espaldas en esos tubos con las manos en la nuca, cerrar los ojos y dejarme llevar por mi imaginación. Si fruncía y luego distendía mis párpados cerrados generalmente no tardaba en aparecer una especie de chisporroteo o lucecitas bailoteando que yo no dejaba de “transformar” en nebulosas, galaxias, cometas ... Lo cierto es que nunca soñé con ser una especie de Luke Skywalker y pisar esas galaxias mientras salvaba a mi princesa Leia. Aunque lo cierto es que sí que me enamoré, aunque platónicamente (supongo que los nanos que piensan en galaxias con los ojos cerrados tendidos boca arriba tienen la timidez pintada en la cara) e incluso le escribí unos poemas que vete a saber donde están los poemas de marras a día de hoy porque los escribí en las hojas de una libreta y ya sabéis como son los nanos, que guardan las cosas debajo de una roca tipo caja fuerte y luego se olvidan donde está la dichosa roca. Por cierto, la madre de la niña en cuestión era de un pueblo cercano a Valencia y su padre de New Jersey. Tenía … bueno supongo que aún los tiene, los ojos negros, el cabello castaño, es más bien delgadita, es de estatura media y ¿cómo decirlo? ……… poca presencia. Al contrario de una niña que llegó con su familia y cuando apenas tenía unos 5 añitos nos sorprendió ver en ella una exuberancia nunca vista por nosotros en otro niño de nuestra edad, y un compañero mío un tanto cabroncete por llamarle algo suave le apodó “la volvo” ya que los coches de esa marca tenían parachoques bastante prominentes. Por otro lado, mi no-novia se casó con quien por aquel entonces era mi mejor amigo y ambos siguieron siendo bastante amigos míos durante un tiempo pero ahora mismo no sé ni donde están ya que mi madre riñó con la suya y por un malentendido sentimiento de lealtad hacia ella yo también rompí mi amistad. Si yo fuera interesado intentaría averiguar si siguen juntos después de tanto tiempo porque luego me enteré que esa chica tenía pasta a rabiar, en fin ...
¡Uff! Ya me he enrollado, si os parece volvamos a mis galaxias. En ocasiones, esas galaxias se reducían simplemente a una mera superficie lunar toda llena de cráteres como un queso de agujeros. Bastante similar a la luna de la película esa antigua con forma de cara en la que se estrella un cohete. Viaje a la Luna, de Georges Méliès (1902) se llama según Mister Youtube. Otras veces esas galaxias sí que parecías verdaderas galaxias, girando y haciendo elipses, con unas zonas más oscuras que otras, donde mi imaginación hacía avanzar bajeles espaciales como los del Imperio Contraatacando navegando a través de esos mares de aguas casi opacas. Cuando años más tarde vi en la peli BladeRunner la escena en que Rutger Hauer dice aquello de “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión ... me recordó de un modo instantáneo a mis galaxias. Yo he sido un rato soñador, y lo dicho me ha gustado bastante la poesía, he empezado con Quevedo y Garcilaso, he continuado con Ausiàs March y Jordi de Sant Jordi y he acabado en el Antiguo Egipto, claro que ahora ya no leo ni colecciono poemas como si fuesen cromos.
Pero eso sí, las cosas cambian una “barbarité”. Aparte de lo de los poemas, y antes de volverme una persona retraída, en el Colegio fui elegido dos veces consecutivas Delegado de Curso y en el chalet era uno de los líderes de la pandilla. “Fill d’advocat teníes que ser” que recuerdos aquellos … Un vecino nuestro a quien llamábamos Tío Emilio decía de él: “roig mal pel cullerà de mel” pero para todos los demás era simplemente, El Roig y siempre estaba haciendo trastadas aunque, claro está, era amigo nuestro en especial de mi hermano. Había perdido algo, no recuerdo ahora qué y su madre quería reñirle por ello de forma justificada según mi parecer por supuesto dadas las repetidas veces que había hecho de las suyas, pero había que darle la vuelta al asunto para que se calmara su madre y a mi me tocó el marrón. Así que nada, ahí voy yo con 9 años mal contados que tenía a camelármela y lo hise, lo hise. Que claro defendía lo indefendible y lo único que se me ocurrió fue volver loca a la pobre mujer que al final no sabía ni donde tenía la cabeza. No sé lo que ocurrió al final con El Roig pero no creo que mucho. Todo ocurrió en nuestro Campamento infantil, una garrofera baja y vieja cuya copa nos cubría casi completamente formando una improvisada “casa” que rellenábamos con algunas cañas y por eso llamábamos las “Cañas”. Me explico: el chalet de el Roig estaba lindando nuestro Campamento y su madre acudió a las Cañas a tener con su hijo la famosa pataleta, así que fue allí donde me enfrenté a ella y la “volví turulata”.

Dejamos ES-PA-ÑA

 

Dejamos Es-pa-ña como diría El Gran Wyoming de El Intermedio pero no dejamos los viajes. A los 11 o 12 hice un, eso intermedio en mis visitas al chalet paterno y fui de intercambio a la Pérfida Albion. Curiosamente el único británico de la familia de intercambio era el chico, Vincent Friendlander, su padre vino de Bélgica y su madre de Malta. El padre era el Directivo de un Colegio de las afueras de Londres y la madre la típica Ama de Casa británica que aunque vino de Malta ya se hallaba culinariamente integrada en la cocina de la isla y guisaba los platos ingleses esos que no hay forma de comer, tanto es así que cuando volví, nada más bajar del avión yo iba pidiendo a gritos una tortilla de patatas. Cuando hube aterrizado en Heathrow y acostumbrado a los aeropuertos de aquí todo era salir por unos terminales y entrar por otros, en definitiva me perdí un pelín. La cuestión es que mis padres habían acordado con Mr. Friendlander, el padre de Vincent, que yo iría con una camisa azul, pero en el último momento se me manchó y hube de ir con una rosa. Vamos, que si no llego a leer un cartel con mi nombre que previsoramente puso el hombre paso la noche allí. Porque si en aquel entonces se te ocurría preguntarle a un británico en inglés y hacerlo un poco mal de la mirada que te echaban caías fulminado en el acto, eso si se dignaban mirarte. Cuando por fin nos juntamos todos y nos metimos en coche hacia su casa casi me meo encima del susto. Porque salimos a la carretera por la izquierda con el tráfico en contra y en mi fuero interno creía que nos dábamos contra algún camión o algo por el estilo (ya que evidentemente lo hacen todo al revés de todo el mundo para diferenciarse de la chusma que somos). En el Campus del colegio donde tenía la casa Vincent tan solo pasamos unos días y los restantes nos marchamos a otra casa que tenían en Gales. Mientras aún estábamos en Inglaterra tan solo nos dio tiempo de visitar un campo de frambuesas próximo al Campus en el que ponía, en inglés naturalmente, “cójala Usted mismo”. Para ir a Gales, fuimos por una Carretera estrecha y a campo través que volví a ver años más tarde en Galicia, concretamente en Orense. Ya en Wales me encontré contemplando altas montañas que te rodeaban y te hacían sentir muy pequeño. Contrastaba con el paisaje de Inglaterra donde tan solo había colinas y más colinas y desde la cima de una de ellas el único panorama que podías contemplar era la siguiente colina y así una colina tras otra, la forma de verlas todas era desde el aire. Cuando llegué en mi avión las vi. Además estaba la “fauna”; mientras en Gales había toros y vacas en Inglaterra lo que había era ovejas. Los toros galeses me asombraron. Caminando por los campo y lo confieso, saltándome algún que otro vallado, me topé con unos toros y mi primera impresión fue tener un miedo que te cagas y querer huir rápidamente de allí. Solo que luego me di cuenta que el toro, porque si era vaca era transexual, ni se movía del sitio. Me acerqué a él y, lo juro, empecé a acariciarle el morro. No tiene mucho mérito, parece ser que esos toros están bastante acostumbrados a la gente y son más mansos que la mamá de Bamby. Y finalmente recuerdo un puente que había casi al comienzo de ese pueblo galés y que crucé paseando muy a menudo. Era de piedra, con una robusta barandilla y tres o cuatro innecesarios a mi modo de ver por ser demasiado numerosos para el pequeño río del pueblo arcos redondeados. Meses después vino Vincent a devolverme la visita, ¡Dios Salve al inglés! Porque gracias a él mi hermano y yo comimos una mariscada de narices, que nos lo llevamos a Penyíscola y se puso morado de gambas. Claro que un inglés que se ponga de ese color en la playa no es nada del otro jueves.

Justo entonces visité también Suiza, pero esta vez fue con un Viaje de Fin de Curso del Colegio de curitas al que íbamos. Se fletaron tres autobuses para que se viese donde había pasta y fueron con nosotros un grupo de curas o profesores para acompañarnos. Personalmente “dormí” el viajecito que se acordó que debía ser por etapas: se tenía que llegar hasta Tortosa, Figueras, Marsella y finalmente Lausanne. Una vez llegamos, tenía tantas ganas de ir al baño y evidentemente no entendía ni francés, ni alemán, ni italiano que son las tres lenguas cooficiales allí, y al final me cagué encima, me limpié como pude y oculté el cuerpo del delito como si fuera un cánido. Al día siguiente finalmente ya pude limpiarme a gusto. No he dicho que los rácanos de los curas habían hecho el viaje por todo lo alto y derrochado a manos llenas en el transporte y en la planificación pero lo que era la estancia nos apelotonaron en un camping, de primera clase eso sí y con buenos accesos, pero camping al fin y al cabo. Tiendas para dormir rojas, azules y verdes que más parecía eso el Campamento Pitufo sin Pitufina naturalmente que no era aquello un Colegio Mixto. Otro día fuimos a recorrer el cercano lago Leman. Lo hicimos por medio de un ferry de esos a vapor todo acristalado y podías ver hacia todas partes por mucho frío que hiciese que lo hacía, pero es que creo recordar que antes en la orilla del lago había una especie de motoretas lentas para chicos que funcionaban con monedas de 1 Franco (unas 20 pelas al cambio de entonces), pero que lo hacía igualmente con 1 duro, las clásicas 5 pesetas. Me parece que el suizo que recogió las monedas de las máquinas en cuestión, abriría la cajita y ¡sorpresa! durillos hasta en el sobaco. Además nos desviamos a Friburgo por una carretera larga y estrecha que estaba toda nevada y allí fue donde compré el dichoso Reloj de Cuco que guardaba en el una habitación del chalet y que no tardó en estropearse.

 

El reloj de cuco sería algo parecido a este

 

¡Oh! me quedan las dos visitas fulgurantes que hicimos a Holanda. La primera fue con mi madre y fue con mi hermano en tren, creo que en Talgo. Recuerdo que era cuando estaba prohibido abortar en la Reserva Espiritual de Occidente y para hacerlo había que ir al extranjero, las “conversaciones” de nuestras compañeras de los asientos de delante en el tren eran para enmarcar o llevar al Sálvame ese. Ya atravesando Francia, donde mi madre quien hablaba francés como un nativo porque de joven había pasado unas vacaciones allí con una tal Françoise casi siempre se liaba a gritos con algún franchute por cualquier malentendido (ahí estoy con mi madre, los franceses pueden ser unos … mejor me callo) esa vez va y se mostró de lo más amable. El perrito de una francesita va y se meó por todo el departamento del tren y mi madre nos empujó a ayudar a secar los muchos charcos con el papel higiénico del vagón (no sé, en la casa de mi Tía en Valencia hay un nivel con una raya que pone “hasta aquí llegó la riada”, la del 57 claro, pues eso). La segunda vez que fui a Holanda fue un viaje en coche con toda la familia. Nos habían invitado a una semanita un cliente de mis padres, De Grout Van Putten (no sé si lo he escrito bien, porque aunque nadie se lo crea la mujer se llamaba algo como Lis Van Putten, quizá con dos “n” o dos “t” y el nombre tan solo sé que se pronunciaba así) a su casa residencial de Wassenaar cerca de La Haya, aunque lo cierto es que allí está todo cerca. Antes de llegar nos hicimos un lío de narices con el nombre de La Haya que no lo encontrábamos por ningún lado y que es la capital o al menos entonces lo era. Al final, preguntando nos dimos cuenta que habíamos tenido el nombre delante nuestro en carteles todo el rato, solo que escrito en lengua local naturalmente y en esa lengua La Haya es Den Haag. La casa que tenían en Wassenaar era grande de verdad, entre caminos cicloturistas y en un barrio que aquí muchos llamarían pijo y otros simplemente barrio “bien”. Eso sí a las comidas le añadían una especie de salsa que les daba un gusto como de almidón con lo que te estropeaban cualquier sabor, pero por lo demás eran la leche de agradables haciendo un esfuerzo inmenso por entender mi inglés o el francés de mi madre, el holandés que sabía algo de ese idioma porque lenguas extranjeras saben bastantes personas. En una escapada nos marchamos a ver los Polders, para descubrir como habían contenido los holandeses el agua del mar con esos diques y lo orgullosos que están al respecto. Marchando hacia la costa para ver esos diques, y para aprovechar el poco espacio que tienen vimos una avioneta que intentaba usar como rampa de despegue un puente sobre la Autovía. Y desde luego también les echamos la vista encima a algunos molinos, que eso más parecía La Mancha con Don Quijote asomando en el horizonte. Nuestra visita a los Polders la alargamos y nos dimos una vuelta por Amsterdam y como curiosidad por la zona donde puedes ver prostitutas en sus escaparates, muy edificante. Aunque lo cierto es que lo que más me gusto de Holanda fue nuestra visita a Rotterdam: sus casas altas y estrechas y sus canales, menos numerosos que los de Amsterdam que creo que le llaman “la Venecia del Norte” pero sí más íntimos, más que si estuviesen en un país del Sur lo aprovecharían los rateros. A Holanda ya no fuimos más, creo que dos veces está bastante bien cuando en una semana te lo ves prácticamente todo en un estado tan liliputiense. Solo hicimos una escapadita a París pero de ahí no pasamos. En el Norte, el carácter francés es ligeramente más agrio que el del Sur, así que a mi madre le tocaba reñir dialectalmente con alguno. Lo del carácter es fácilmente explicable, aparte del clima, del ambiente y de la lengua propia, el Sur – Languedoc y Provenza – no fueron siempre franceses, antes de aproximadamente el S. XIII no lo eran, eran un grupo de Condados cuyo Señor nominal estaba emparentado con el Rey de Francia, el Rey de Inglaterra, el Rey de Aragón y el Emperador de Alemania. Bueno volvamos a París. Una vez llegamos se nos estropeó el coche, un Chrysler larguirucho y de color canela y lo tuvimos que llevar a reparar a un taller de aquella Ciudad. Como no sabíamos lo que nos costaría la dichosa reparación hubimos de pasar de hacer grandes dispendios. Por eso mi madre compraba varias barras de pan y algo de paté también variado en un Centro Comercial y nos íbamos a comer al Bois de Boulogne. Cuando por fin llegamos al último día fuimos al taller y nos soltaron la “bomba”, el veredicto del mecánico francés fue categórico: “Monsieur, Madame joint de culasse” que es junta de culata, no sé qué narices es porque yo de mecánica soy un “0” patatero pero desde luego nos cobraron una barbaridad por la famosa “joint de culasse”. Solo que como afortunadamente nos quedaba dinero por habernos apretado el cinturón los días anteriores, el último pudimos cenar a lo grande y decidimos comer “pied de cochon”. A mi hermano le chorreaba la pata de cerdo por toda la cara en el Restaurante de lo a gusto que comía, y la francesa de al lado todo era mirarle y lanzar pequeños grititos al tiempo que decía algo así como “mon Dieu, le petit enfant mon Dieu le petit enfant …”. Al regresar a Valencia, y por mera curiosidad mi padre llevó el coche a un taller local, la “joint de culasse” resultó ser una simple mala conexión. Desde entonces París no solo le chirría a mi madre y para nosotros no vale una misa ni media.

sábado, enero 26, 2019

Chalet y las arañas


Este blog evoca algunos recuerdos de mi infancia de cuando veraneaba con mis padres y mi hermano. Yo era un enano tal como él y mi padre me llamaban (de hecho mi hermano le llama a todo el mundo enano/a aunque midan 2’10) y mi hermano era un nano peludo y feo como le puse para cabrearle sin tener mucha suerte con ello todo hay que decirlo. Centro mis correrías en nuestras visitas a una casita de mis padres situada en una urbanización que estaba en la Carretera de Serra, concretamente en el Municipio de la población valenciana de Torres Torres. Por cierto, “mi padre fue Cronista de este pueblo y sus primeros libros, excepto uno que escribió a los 18, se refieren a él.” Aunque claro, siendo niño personalmente también he estado en otros lugares que no han sido Torres Torres.
El chalet, porque estoy hablando de uno, tenía un garaje en su parte inferior al que los coches accedían a través de una rampa y una pequeña bodega para el vino entrando por una puertecita de hierro que se veía al fondo de dicho garaje. Y un secretito, en esa bodega está todo oscuro como la tripa de una ballena, y con el yuyu que les tengo yo a las arañas …¡Cuantas veces nos habremos tirado en bici mi hermano y yo por esa rampa! Porque primero tu papi te enseña a ir en bici. Vamos campeón, que puedes solo, esta vez no te cojo, y todo eso. Pero cuando el campeón ya ha “aprendido” tiene que continuar practicando, así que … rampa va y a esperar que los frenos fuesen también y no cayeras de cabeza en la balsa para riego que había debajo del todo. Por otro lado las habitaciones, chimenea incluida estaban en la parte superior de la casa. Jolín, en esa chimenea he apilado más leña y tirado más cositas que un McDonald la Semana de Navidad (menos mal que por aquel entonces controlaba bastante bien el esfínter porque estar tanto tiempo frente al fuego daban unas ganas de ir al baño que ni te cuento). Hace eones me ponía a alimentar de troncos la chimenea y de cuando en cuando solía tirarle unas flores silvestres que crecían en la parcela y que llamábamos “pedorretas” por un motivo evidente; tirarlas y que aquello empezase a crepitar era todo uno. Aparte el chalet tenía la típica terraza y balancín junto a una piscina bastante crecidita donde me tumbaba la siesta después de bañarme. Tan solo un apunte, la piscina terraza y balancín se construyeron unos años más tarde que lo demás (2 o 3) y por aquel entonces teníamos la balsa de riego de debajo de la rampa del garaje. Por detrás estaba el “paellero” y algunos frutales, así como la ardilla Leonor a la que mi padre compraba avellanas en el supermercado Consum aposentada en su árbol favorito. Compraba las avellanas y las colocaba en una pequeña maceta arrollada con un alambre alrededor del tronco de ese árbol y a su pie había un cenicero de esos de vidrio en el que se vertía algo de agua, aunque Leonor solía beber directamente de la de la piscina. Cuando me ponía a comer papas y a leer en una hamaca en la terraza de detrás del chalet podía ver perfectamente a la ardilla subir y bajar del tronco. Por otra parte, todo el chalet estaba rodeado de macetas, bancales y roquedales con vegetación porque a mi madre le encantaban las plantas y sus flores. Con el tiempo eso varió porque mis gustos y los de mi hermano hacia el Reino Vegetal no es que coincidiesen con los de mi progenitora, quien solía ir al Puerto de Sagunto a por plantitas. Mi única inclinación al respecto era un cactus que había a la entrada de la parcela y al que mi padre puso de nombre “el mortuori” ya que usualmente estaba todo lleno de “ocupantes”: me explico, cuando conseguía atrapar una araña ejecutaba mi particular vendetta, quitando con cuidado un pincho del cactus en cuestión, ensartando con él a la araña, y clavando luego el pincho con su ocupante quien meneaba las patas con frenesí en el tronco del cactus. Una vez incluso me dio por enfrentar a una Araña Tigre con el aspecto de los tanques del Afrika Korps de Rommel a una Araña de Jardín que más se parecía a los Payasos de la Tele, juntándolas para que peleasen en un capazo medio roto que tenía mi padre. La de Jardín hizo puré a la Tigre pese a las iniciales apariencias. Claro que yo no era tonto de nano y tenía que haberme dado cuenta que así como la de Jardín la saqué del barranco de detrás del chalet donde hay mucha humedad y la “fauna” local es bastante numerosa, la Tigre la bajé de un monte cercano a la Urbanización donde los únicos inquilinos eran el viento, las arañas y alguna libélula ocasional. Todo venía de cuando siendo muy enano estaba jugando en el garaje frente a un fregadero de piedra que había allí. Entonces lo que supongo era una arañita se deslizó desde debajo del fregadero y se me subió a las piernas. Bueno, debí armar una escandalera que ni que me estuviesen matando. Y mi madre enseguida, pues lo que hacen las madres, cariño calma que no pasa nada, que todo está bien y todo eso. Pero claro, esa araña por pequeña que fuese debió parecerme enorme a mi por aquel entonces. Desde ese momento las arañas y yo estamos en guerra. Cuando dormía en el chalet de niño tuve muy pocas arañas pese a que estábamos en medio del campo, y eso por un motivo muy concreto; una noche que mi hermano dormía fuera no sé porqué, me acosté y me desperté sin darme cuenta que había dormido con un “dragón”. Cuando me di cuenta me sobresalté porque aquella especie de lagarto escamoso era un animal nuevo para mí, y mi madre que conocía como todos a 30 km a la redonda lo mío con las arañas me explicó que el “dragón” las mantendría lejos. Desde entonces ese animal y yo fuimos muy mejores amigüitos. Por otra parte, siempre que se llega a una escena en la que sale una araña en alguna película que haya visto he de cortar, mirar hacia el cogote del de delante o hacer zaping en la tele. Por ejemplo, en las pelis de Tarzán donde aparecen esas arañas tan enormes que hacen telarañas de árbol a árbol, zaping. En El Señor de las Bestias donde sale una araña como la que se adoraban en el Reino de Zamora en los cómics de Conan, zaping. O en otro Señor este de los Anillos donde Frodo y Sam visitan la cueva de Ela Laraña, zaping de los surferos.


Ardilla Leonor y paellero al fondo